Publicado en Ideal el 22/06/2007.
José Prados Osuna.
Constituye esta una figura relevante en el sistema geopolítico español. Se han aferrado bien al método y suponen un núcleo organizado que detenta consistentemente un reducto de supremacía en su pequeño círculo vital. Quieren poder, aunque sea mínimo, para sentirse algo significativos en su reducida personalidad. Proceden de la vagancia y la indolencia. El oportunismo fue su filosofía y la puñalada trapera el método consagrado para su ingreso en la orden de su logia.
En el sistema democrático encontraron la debilidad necesaria para penetrar en él y parasitar, oportunos y escondidos, las cualidades que el sistema competencial exige para progresar en la vida, aunque lo destruyan o corrompan. Han argumentado escasez de oportunidades y esgrimido difíciles tareas infantiles cuando la realidad es que jamás incomodaron sus neuronas con el esfuerzo que exige el aprendizaje. Sienten urticaria de los muros académicos y buscan ansiosos un título que ‘celofanice’ su incultura y su aspecto cerril y grotesco. En sus cargos han nombrado guía a San Telmo, patrón de navegantes, meteoro ígneo que provoca electroluminiscencia en las protuberancias frontales con vacío previo y han falseado su currículo introduciendo reflejos de nominaciones que aparentan conocimientos adquiridos que otros realizaron con denodado esfuerzo, deseconomía e interés. Con el paso de los años y con la ‘armani’ que el partido ha puesto sobre sus hombros, no queda más remedio que dar brillo a los zapatos aunque en el cerebro no quede más que dos o tres neuroglias inconexas.
Ellos son los triunfadores de hoy. Han blandido, sin embargo, la enfermedad de la ‘titulitis’ en menosprecio de aquellos que consagraron muchos años a Salamanca y suelen minusvalorar lo que ello significa. Desconocen que no se trata de títulos o certificados, sino el acostumbramiento de la mente en periodos sensitivos a las dificultades y esfuerzos neuronales que ocupan los tiempos formativos y no dejan espacio para crear habilidades sustitutivas que conducen a las envidias, recelos, felonías y demás ‘virtudes’ que acarrean la ociosidad y la pereza.
Eligen, aduladores, un personaje bien situado que instituyen como benefactor y a él entregan ‘caritas et bonitas’ los más incondicionales esfuerzos de lealtad. A él viven anclados y de él parasitan su sangre y esfuerzo, inoculándoles e infectándoles el principio corruptor de sus intenciones. Casi siempre coinciden en el concepto del paisanaje que blanden con estupidez como valor supremo de eficacia, virtud que justifican por un pasado de niñez, quizás de inocencia, que el tiempo ha trasformado en oportunismos y perversidades henchidas, pero matizadas por los recuerdos. Estos grupos acantonados por el paisanaje constituyen un sistema coordinado de supervivencias que, como las ‘hermandades’, se sostienen solidarios y dan lugar, a veces, a grupos de presión interna, de muy lamentables consecuencias.
No resuelven nada, paralizan el esfuerzo de los demás, aparentan una dinámica agotadora y gustan del uso de secretarias que establecen falsas agendas ilimitadas en el tiempo de cien años de soledad. Ñiquiñaques de coche oficial que todos les permitimos y que abrochan el botón de en medio, cada vez que ponen pié en tierra, para tapar sus sucias desvergüenzas.
Usan del chantaje a propios y medios con el famoso grifo y espita de gasto público que manosean a su antojo como si se tratase de fondos propios en escalofriante desafío al más puro concepto de la honestidad, como protervos caciques de otros tiempos que el paso de los años devolvió infectos del principio del mal para descargar sus frustraciones, complejos y delirios en conjuras paranoicas que blanden a diestro y siniestro como floretes frente a chuchumecos ‘viles malandrines’.
Ellos son los responsables del mal histórico nacional de la acedía, enfermedad social que describió Unamuno y que transporta hasta hoy la desesperación, la renuncia y el abandono del espíritu emprendedor y cuyos síntomas son la tristeza, el desabrimiento y la resignación que adoptan los que con esfuerzo han tenido la oportunidad de abrir progreso y riqueza social, de transformar este país, aún henchido de pícaros, vagos y perniciosos. Los emprendedores e innovadores son los perseguidos hasta la extenuación por esta saga que constituyen los analpaletos, simplemente porque en los ojos de aquellos, éstos descubren sus frustraciones, incapacidades y complejos freudianos.
Y yo me pregunto, si es tal fácil colocar a un inútil en cualquier puestecillo, que cobre y que no perjudique a la sociedad más que con el limitado importe de sus emolumentos, ¿Porqué los que tienen poder y protegen a los analpaletos se empeñan en situarlos en los lugares donde más consecuencias negativas tiene su presencia? No me queda más que admitir que precisamente esos son los lugares que pretenden, pues desde ellos se hace más daño y su notoriedad es más manifiesta.
Por último, lo verdaderamente extraño es que junto a un dirigente eficaz, un emprendedor social, un político de renombre, casi siempre hay un analpaleto. ¿Será que otro de superior rango usa de su enmaraña para controlar a los eficaces y no dejar que destaquen en sus equipos? Si la memoria no me falla, todos los protectores de analpaletos fueron traicionados por sus protegidos, cuando las crisis inundan el sistema y se aflojan los fundamentos que sostienen los falsos vínculos vestidos de lealtades.
Existe una ecuación matemática que refleja veraz el alma de un personaje de tal calaña. Es identificable en la siguiente relación: A más incultura y mayores deméritos, peor trato a sus subordinados, mayor bajeza moral y superior vileza.
Todo esto es tan claro, que posiblemente otro día, de buen humor, se me ocurra ubicarles. Tendremos verdaderas revelaciones ilustrativas de lo que constituye la causa de los desastres electorales.
¿Analpaletos?
Publicado en Ideal el 29/06/2007.
José Vicente Pascual.
De vez en cuando, la verdad es que muy de vez en cuando, lee uno artículos de prensa singularmente lúcidos y sobrados de concepto. El último caso sucedió el pasado viernes 22, y el responsable de mi arrebato emocional fue José Prados Osuna, quien, bajo el título ‘Analpaletos’, regaló a los lectores de este periódico 925 palabras demoledoras, certeras y amargamente afiladas en la descripción de una de las dolamas más perniciosas de nuestra insólita democracia: parcelas fundamentales del poder -por lo general las más próximas al vivir cotidiano de la ciudadanía-, están en manos de una casta execrable de palurdos cuyas únicas virtudes son el oportunismo y la grosería, y su única inteligencia la aptitud parasitaria, aplicada con tesón y licencioso descaro.
Creo que nunca hemos cruzado nuestros pasos José Prados y yo, no sé si es un señor muy serio de derechas o un joven díscolo de izquierdas, ni falta que me hace, por supuesto. De los escritores, ante todo, interesa lo que escriben, y suele ser bastante; aunque a tenor del artículo que comento, me inclino a pensar que, por desgracia, conoce muy bien a esta clase de gente. El problema no es que existan -inevitable: siempre habrá ignorantes codiciosos-. Lo que representa un problema verdadero es que tan deplorable parodia de político se haya convertido en figura imprescindible, oficializando la cultura de la extorsión moral, el arribismo, el caciqueo y el pelotazo como bienes supremos de los que toda la comunidad cívica debería gozar, si bien, en su defecto, ya se encargan de disfrutarlos ellos mismos, sus allegados, debitarios y familiares, entre los cuales, invariablemente, siempre hay un cuñado testaferro. El resultado es evidente: nunca tantos trincaron tanto en nombre del bien común. Ni en las peores épocas del franquismo, y pido disculpas por la odiosa comparación, había que soportar a gente tan zafia y tan desfachatada con mando en plaza. Lo malo de las dictaduras es que el poder no está repartido. Lo pésimo de algunas democracias es que ese mismo poder se prorratea para que vaya a manos de rústicos profesionales de la avidez y el nepotismo.
Porqué se ha llegado a esta situación es otro debate. Habría que reflexionar, primero y sobre todo, sobre la clase democracia que hemos ido construyendo en los últimos treinta años. Sospecho que la razón, la rectitud y la buena administración se subordinaron, en su momento, a la urgente tarea de saciar el instinto apetitivo de los caudillos locales. Cumplimentada esta fase, ya era imposible dar marcha atrás, ni siquiera corregir el desaguisado. Ellos, con el botón de la chaqueta reventando sobre la andorga, los zapatos muy brillantes y el nudo de la corbata sofocándoles el gaznate, se habían enquistado en las instituciones y en la estructura organizativa de sus partidos, de tal forma que quitarlos de en medio habría supuesto un borrón y cuenta nueva cuyos riesgos y precio electoral ningún dirigente estaba, ni está, dispuesto a pagar.
Es lo que hay. La mayor parte del poder que nos toca de cerca se encuentra administrado por analpaletos. Lo que no me quedó claro, tras leer dos veces el artículo de José Prados Osuna, es si los llama anal-paletos por simple juego de palabras o porque, en el fondo, quiere sugerir que amén de delirantemente ambiciosos son, a mayor gloria del sistema, tontos del culo. Que también podría ser.