Publicado en Ideal el 10/09/2007.
Remedios Sánchez.
Se critica estos días en la prensa y en los corrillos de la oficina o de la obra a la hora del desayuno, la subida de las hipotecas y de los carburantes. Sin embargo a mi lo que me preocupa, lo que me parece más comprometido y revelador, es la subida del pan, del pollo, de la leche y de los huevos. Pero especialmente del pan. El pan candeal recién horneado por manos artesanas o por panificadoras industriales, el pan de tahona de los privilegiados, el pan de goma de los pobres, el pan nuestro de cada día.
El otoño, el otoño económico (que no el otro todavía) ha venido, y nadie sabe como ha sido, y menos que nadie los mileuristas y los inframileuristas desprevenidos que han empezado septiembre como una cuesta de enero pero con más bochorno. El gremio de panaderos justifica la medida por el aumento del coste del trigo en un cincuenta por ciento sólo en julio; los agricultores, por el contrario, desmienten tamaña afirmación asegurando que ellos no han subido un céntimo (el kilo de trigo anda por los veintiún céntimos y la barra de pan por los 2,40 euros), que llevan años perdiendo dinero y que aquí los que se están llevando la parte del león son los intermediarios. Los que viven del sudor ajeno. Después de escuchar a unos y otros, después de oír a tirios con azadón y a troyanos manchados de harina, no hay más que una cosa clara: que, como siempre, los que pierden son los consumidores que no tienen ya ni tiempo de respirar entre subida y subida.
El pan, el pollo, la leche y los huevos, vienen siendo desde los tiempos de la posguerra y de la cartilla de racionamiento, el fundamento de la dieta del españolito de a pie. Si ahora nos suben la dieta básica, aunque más de uno esté a plan después de las vacaciones, me parece a mi que vamos mal, especialmente cuando estamos a seis meses de unas elecciones generales y aquí la oposición echa la culpa de todo al gobierno ZP; da igual que suban las hipotecas que ahogan a los españoles, que se esté desplomando la burbuja inmobiliaria para júbilo de una mayoría, que los ingleses conduzcan al revés o que no haya puentes vacacionales este futuro trimestre: la culpa debe ser del gobierno y no se hable más.
Esto, estas subidas descontroladas, este ultraje, en otro tiempo hubieran provocado en el pueblo llano una revolución, una revuelta popular y populachera, un motín al modo del de Esquilache (aunque sin sombreros y capas, que con el cambio climático ya dan mucho calor), pero hoy el personal está apático, deprimido, poco proclive a hacer algo más que las tímidas protestas de café, pasillo y ascensor mientras espera a que lleguen las elecciones para hacer pagar al único que pueden culpabilizar (el Gobierno), por mucho que el precio del pan esté liberalizado desde 1988 y aquí cada cual lo venda al precio que le venga en gana.
Nos conformamos con casi todo y sin chistar en exceso. Al sufrido pueblo de España, que antes no toleraba ni una chufla ni un agravio, ahora se le toma el pan, el pollo y el pelo; está vencido por la sociedad de mercado, en un plan casi indiferente. Parece no darse cuenta de que, si seguimos así, las navidades de este año en vez de con langostinos y cava (los que antes podían pagarlos) en el mejor de los casos las vamos a tener que celebrar con garrapiñadas y agua del grifo. Quien sabe. A lo mejor ni notamos la diferencia