FUNDACIONES PRIVADAS CON DINERO PÚBLICO
José García Román
Las “huidas y persecuciones del derecho público” que controla auditorías han ido disminuyendo, y con aquéllas las irregularidades. En el asunto de las fundaciones, ante la opacidad o el sistema de contrato elegido, se ha hablado de “levantar el velo”, metáfora más que insinuante y perturbadora. No someterse a los controles administrativos desde una absoluta transparencia ha sido y sigue siendo el caballo de batalla de una figura jurídica que en demasiadas ocasiones no se aclara desde la raíz, sobre todo en lo que tiene que ver con la financiación, la rendición de cuentas y los resultados. Es sabido que las fundaciones públicas surgen generalmente para captar recursos privados y agilizar la gestión de actividades, aunque, como dice la profesora Carballeira Rivera, suelen caer en una “huida de todo control con contratación y reclutamiento de personal”. Por otra parte, cada vez se cuestiona más la creación de fundaciones para alimentarse de un presupuesto público sin un verdadero patrimonio fundacional que pueda ofrecer garantía de mantenimiento de las mismas.
La pregunta no es nueva –se viene haciendo desde hace tiempo en las tribunas de especialistas– y podemos resumirla de la siguiente manera: “¿Qué sentido tiene la aportación de bienes a una entidad que no es pública, pues se trata de subvenciones que han de someterse a las normas de concurrencia, rendición de cuentas y control?”. El debate no sólo está en los objetivos de las fundaciones –con toda la problemática que aún está pendiente de resolver–, sino en las fronteras de lo privado y lo público.
Refiriéndose a un conflicto del Ayuntamiento de Valencia, el diario El País de 21 de octubre de 2010 decía que se secuestra a la oposición algo que debería ser tan natural, si no hubiese nada que ocultar: la información y la transparencia. Desgraciadamente esta actitud es una de las graves disfunciones presentes en nuestra democracia de libertades anestesiadas, servidas con cuentagotas. El citado periódico transcribió la respuesta al requerimiento: “Las fundaciones privadas que se nutren de dinero público no son un asunto que incumba a la oposición”.
Ciertamente la fiscalización y la optimización de resultados son los grandes problemas de este modo de financiar actividades culturales en una sociedad que no duda en aceptar la contradicción de considerar “privado algo que vive de los presupuestos públicos”.
El tejido empresarial de Granada no es precisamente el más propicio para las fundaciones privadas –véase el panorama, si no–; sólo las públicas y las instituciones con capacidad de generar fondos para mantenerlas pueden enfrentarse a estos retos. Los conflictos que se originan con fundaciones que no contemplan la donación, sino sólo el depósito, parece que por el doble lenguaje y la incorrección de lo “políticamente correcto” tienen difícil arreglo. Al cabo del tiempo, si no se renueva el convenio o contrato, no queda nada en la ciudad –salvo la pujanza nacida a la sombra de las visitas, la investigación y proyección exterior, y el estímulo intelectual y creativo (la rentabilidad y prosperidad culturales son complejas de analizar)–, tras haber desembolsado una importante cantidad de dinero que en otras zonas colindantes habrá acentuado las agraviantes carencias. Cuando se crean fundaciones de esta índole, o quedan meridianamente seguros la posibilidad y el beneficio de los recursos, o debe haber donación, pues de lo contrario aparecerán muy pronto quebrantos y desgarros en la estructura social, necesitada de inyección económica. Analícense sin pasión las circunstancias de nuestra ciudad.
Granada tiene pocas posibilidades de soportar fundaciones privadas con dinero público, ya que no abundan las empresas potentes. Por otra parte, las instituciones financieras en no pocas ocasiones han arrimado el hombro a una idea de ciudad con escaso combustible y a veces sin motores, en la que con suma facilidad se abortan proyectos indispensables. Decir otra cosa no refleja la realidad de Granada, excesivamente ‘politizada’, en continuos conflictos por falta de medios para poder llevar a cabo aspiraciones que de verdad la hagan ser un sólido modelo de gestión cultural, alejado de tópicos y desequilibrios, sin falsas expectativas alimentadas por discursos que con frecuencia se quedan en palabras travestidas, no acordes con lo que realmente se dice desde los poderes públicos. No descenderé a detalles, por innecesarios. Como tampoco a las manifestaciones particulares alejadas de lo que se manifiesta en las tribunas.
Se ha dicho que es peligroso entrar “en la rueda de la fortuna del arte”, de la cultura. Por eso hoy conviene recordar la siguiente reflexión de Ramoneda: “La crisis moral y económica del sistema ha hecho que de pronto nos acordemos del futuro. Y en consecuencia, que recordemos el pasado. Aunque sólo sea para aumentar el malestar”. Vienen malos tiempos –¡están aquí!–, aunque no para todos, evidentemente. Tiempos sin sueños, realidades crudas y duras. El malestar de la cultura va más allá de las personas concretas y sus intereses; es más trascendente y noble, pues nos referimos a la cultura como fuerza de transformación del mundo, según manifiesta el citado profesor.
La gran dignidad de todas estas ‘empresas’, supuestamente altruistas, y por tanto sin ánimo de lucro para nadie, tiene como único fin encontrar nuevas formas, tan necesarias, de estar en el mundo. Un mundo, verdaderamente seductor, en continua búsqueda de una deseada y equilibrada coherencia.
IDEAL DE GRANADA, 18-12-2010