Publicado en Ideal el 07/03/2008.
Mariluz Escribano.
COLINA promisoria, barco sin mar varado, atormentada Ilíberis, blanco de nata alzado sobre las muchedumbres, fundacional ciudad que vio pasar la historia con lentitud de siglos, con lentitud de lluvias y trabajos y esas lunas redondas de las noches que prestan horizontes a los perros. El Albaicín. Minúsculo jardín primero, primera casa, huerto dulce y frutales, la inaugural vereda hasta la altura, ese primer ciprés hasta los cielos, un aljibe de lluvia, un albañal pequeño, aguas de Aynadamar tan lejos todavía.
Primigenia heredad, labores en las tierras, iniciales trabajos de cales y areniscas, ventanos a las sierras y al sol de los levantes, piedras que el Darro deja en sus orillas. Albaicín levantado con sueños y trabajos, con yunques y martillos bajo los cielos claros, azadas y almocafres, escoplos y cinceles, alarifes del barro y la arenisca.
Una cesta de siglos se esconde en sus callejas, en ese subir lento y tortuoso, en ese bajar lento y demorado, en ese estar de sombra en los tapiales, en un resol que brama como un toro alegrando a los pájaros del cielo. Un romano se asoma a la ventana con el aire gentil de su cabeza, se esconde en su trabajo, vuelve al taller del barro, sigilatta con grecas en la historia. Roma imperial arriba, con sus togas, Roma republicana con sus héroes y el Albaicín alzado, soportando la noche de lucernas, derrotando a lo oscuro con sus velas, ceras de abeja y flores. Albaicín de las brisas. Aires de Roma andaluza le doraba la cabeza, en tanto que las sábanas de lino dejaban sus banderas por el aire.
Ahora un zirí se apoya en una esquina, mira cielos abiertos y el paisaje, construye con sus manos la muralla, es aljarife casi sin saberlo, sólo sus manos blancas y albañiles dejan sus albos rastros por las calles oscuras del descanso y las estrellas. Una canción se escucha como un rezo, una canción monótona y plegaria, por los altos andamios de los vientos. Viene el sueño y se esconde tras los ojos de un cielo de planetas recurrentes. Ese Albaicín nocturno que pintara aquel centón de Ángeles que fuera, desde París, Manolo, años más tarde.
Nazaríes al borde de los trigos, uvas cantando en los viñedos, trigo en racimos amarillos, paz en los campos entre las moreras, pregones afrutados, sedas en los telares, los trabajos monótonos del agua, el acequiero como rey del tiempo, la dobla granadina mano a mano, los frutales doblados en cosecha, los trabajos del oro y de la plata.
Nazaríes cantando en la memoria de un tiempo azul bajo los cielos garzos, revestidos de sedas y brocados, borceguíes, lentejuelas, hilos de oro, los turbantes sobre faces oscuras y ojos tristes, atávica nostalgia de arenales. Nazaríes, madrigal de granadas, huertecillos en flor, las minúsculas flores del almendro, la paz de la herramienta agraria.
Hoy, siglo XXI, bajo la democracia de un cielo con estrellas, planetas recurrentes e incansables, el Albaicín pisa umbrales de llanto, esconde sus vergüenzas, es blanco embarnecido en el paisaje, la mirada cercana es un insulto, una derrota, en fin, de los trabajos, una cal desplomada, ausencia de los yunques, los telares, los trabajos del hierro y de la arcilla, un artesano quieto en el paisaje, y, además, una dura derrota de alabastros. Sumergidas las cales en los pozos, un rosario de aljibes desolados, la sangre artesanal agonizante, los patios enlutados por las hiedras, la copa de un ciprés llorando al cielo. Sangre de los tapiales derrumbados, hundidos los tejados por las lluvias, escombro, escombro por las calles, y ese grito pequeño por las plazas que denuncia incansables desmemorias.
¿Quién por el Albaicín suspira? ¿Quién llora el desamor? ¿A quién le importa?
No hace muchos años, D. Ramón Menéndez Pidal, el romancero, subía hasta sus piedras, para escuchar los cantos de las niñas, los romances del corro y la plazuela. Fue en una mañana alta y clara. Y ya, como en un cuento de miedo, no queda nada. Ciudadanos por Granada denuncia con testimonios gráficos que el Albaicín se muere, derrotado. La voz del Albaicín se va apagando: conjura de los necios, los inhábiles, los desalmados de alma y de política.