La protección de la Naturaleza es, además, rentable (I) (A propósito del proyecto de teleférico a Sierra Nevada)

Publicado en Ideal el 13/12/2007.

Manuel Titos Martínez

EN la primavera de 2005 un conjunto de ocho empresas granadinas, constructoras, de ingeniería y de medio ambiente, presentaron a los medios de comunicación y a los responsables públicos una iniciativa para construir un teleférico, el más largo del mundo, con 19 kilómetros de extensión y una capacidad de 250.000 viajeros/año, que uniría la ciudad de Granada con la estación de esquí de Pradollano. La inversión requerida se estimaba entonces en 129 millones de euros sin impuestos. La empresa promotora se había constituido con un capital de seiscientos mil y estaba dispuesta a invertir hasta cuarenta. ¿El resto? El sistema financiero y las distintas administraciones, vía créditos y subvenciones, proveerán.Poco después comenzaron a expresarse las primeras opiniones. De entusiasmo unas, de discreta reserva otras. El Consejero de Innovación apoya el proyecto «porque la Sierra tiene que ser accesible». Ecologistas en Acción que sí, pero si se cierra la carretera. Los Verdes, que si se hace no debe fomentar la espiral constructora y una encuesta que los promotores hicieron pública en el mes de mayo afirmaba que los granadinos respaldan el teleférico y lo creían básico para el desarrollo de la capital. Sólo algunos francotiradores, se atrevieron a salir entonces discrepando de las bondades del proyecto o, al menos, planteando dudas razonables al mismo.
Entretanto, el anteproyecto se había desarrollado lo suficientemente como para que a finales del verano de 2006 la empresa lo registrara en la Consejería de Obras Públicas y que iniciara su peregrinación informativa por las distintas administraciones implicadas en el asunto: diferentes Consejerías de la Junta y varios Ayuntamientos de la provincia a quienes se pedían actuaciones concretas encaminadas a agilizar el proceso y a facilitar, con cesiones, su construcción.
Todo va al ritmo que marchan estas cosas. En octubre de ese mismo año el Ayuntamiento de Granada estuvo a punto de aprobar, con no demasiada transparencia, un convenio por el que cedería a la sociedad, gratuitamente, los terrenos necesarios para la construir la estación de salida y los servicios complementarios y le otorgaría los beneficios fiscales que prevé una normativa de hace más de cuarenta años. La opinión en los ámbitos públicos era generalmente positiva, pero el informe vinculante de la Consejería de Medio Ambiente no parecía que lo fuera a ser tanto, así que a finales de la primavera de 2007 y antes de que el mismo fuera a ser emitido, la campaña de presión informativa arreció con la presentación de una nueva encuesta (nueve de cada diez granadinos apoyan la construcción del teleférico), artículos de opinión en los periódicos y entrevistas en los medios escritos y audiovisuales. La empresa, incluso, informaba otro periódico de Granada, aludía a la existencia de un estudio ‘secreto’ para demostrar su viabilidad.
Tanta insistencia levanta, lógicamente, suspicacias y las cartas al director en los medios escritos y los artículos de opinión que no evalúan el proyecto con el mismo optimismo comienzan a aparecer de manera persistente considerándolo, en algún caso, como «un despropósito de primera magnitud». El momento era y sigue siendo clave. Si el informe de la Consejería de Medio Ambiente es positivo, no habrá quien pare el proyecto. Si sus conclusiones son que el mismo causa un grave impacto ambiental en un ámbito declarado Parque Natural y situado en una zona de gran influencia sobre el Parque Nacional, será más difícil justificar a las restantes administraciones su optimismo ante semejante obra de ingeniería constructiva y financiera.
Hay que reconocer que el argumentario de los promotores de la obra es sugerente y puede prestarse al optimismo económico y ambiental. El teleférico se presenta como una obra innovadora de alcance internacional y como una oportunidad única para el progreso, la atracción de mayor número de turistas y para la creación de empleo en la provincia de Granada. Vendría, además, a solucionar el problema de congestión que experimenta la carretera y disminuiría drásticamente la contaminación que actualmente se produce ya que, supone que una gran parte de los viajeros que actualmente utilizan el vehículo privado, altamente contaminante, lo abandonaría por el transporte aéreo, mucho menos dañino con el medio ambiente. Finalmente, dicen, el proyecto tiene garantizado su respaldo financiero por la solvencia que ofrecen los balances de las empresas que lo promueven.
Ciertamente que la naturaleza es un bien que está a disposición de los seres humanos pero que tiene un carácter múltiple. El valor ecológico y ambiental es uno, el que refleja esa interacción entre el hombre y el medio, de cuyo equilibrio depende, aunque a largo plazo, la supervivencia del primero. El valor paisajístico tampoco puede dejar de tenerse en consideración, desechándolo como una preocupación inútil de románticos trasnochados; la belleza forma parte de lo que los hombres necesitan para su felicidad y ésta es, lo dijo Adam Smith, el padre de la moderna ciencia de la economía, el objetivo incluso de la actividad económica. Parece razonable entender que una persona prefiera tener su casa frente a la montaña o junto al mar que con vistas a un estercolero. Por último, está el valor económico de la naturaleza, que es el medio para conseguir la supervivencia de la especie y lo que ha permitido convertir el ‘australopithecus’ en ‘sapiens’. La explotación del medio de acuerdo con nuestras necesidades y con nuestras posibilidades técnicas ha evolucionado mucho en el transcurso del tiempo y el carácter prácticamente ilimitado que tiene hoy la tecnología, hace que se haya convertido en algo necesario el saber renunciar a tiempo a su utilización en determinadas circunstancias. Podemos adaptar la naturaleza a nuestros caprichos. Otro problema son las consecuencias que su venganza producirá. Ya no se puede hacer todo lo que es posible, sino aquello que resulte conveniente para nosotros y para el medio en el que y del que vivimos. Proteger espacios ambientales era antes una rareza, pero hoy resulta ser un recurso económico de primera magnitud. No se trata de renunciar a su uso, sino de hacerlo de manera más comprensiva e inteligente.

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