Granadanza

Publicado en Ideal el 06/07/2008.

José García Román.

Margot Fonteyn consiguió su singular inmortalidad en un Generalife de recuerdos míticos, de memoria de lunas y cipreses eternos, de elegancias estilizadas, de bisbiseos de agua, de fantasías y sueños de tutú ‘Balanchine-Karinska’ cuando Granada andaba de puntillas de la mano de la brisa en aquellas noches de verano suavizadas por el frescor de la Vega -ya amenazada por un cemento grosero- y desde la Antequeruela se contemplaba un paisaje verde con senderos centenarios bordeados por un interminable bulevar de postal -el Camino de Ronda-, generoso en impresionantes perspectivas y raras sutilezas envueltas en fragancias, hasta que un progreso desarrollista y una modernidad enloquecida hicieron de las suyas.

Granada danzaba en un Festival de ‘burguesía’ -la clase social en la que hemos puesto nuestras aspiraciones para que nuestras almas, de apariencias antiburguesas, luzcan sonrisas hollywoodianas- e intentaba luchar contra un tozudo centralismo que complaciente depositó su ilusión de ballet de surtidores en la colina de la Alhambra, ante la mirada de la veterana Quincena Musical donostiarra.

El Teatro de Ópera -el Gran Teatro o el Espacio Escénico (el nombre no importa, sí los contenidos)- es uno de los proyectos que configurarán el futuro de Granada. La oportuna intervención de la Academia de Bellas Artes con un Debate que satisfizo a todos por su equilibrio, sus conclusiones y aportaciones, eliminó sospechas de desidia política y aclaró viejas dudas, máxime cuando el Ayuntamiento de Granada y la Junta de Andalucía se dieron la mano en público, emprendiendo una nueva etapa esperanzada, sin fisuras. Desaparecieron las nubes de pesimismo, los papeles ‘condenados’ fueron liberados de la cárcel de los cajones y comenzó a andar nuestro proyecto-estrella con un concurso que atrajo a prestigiosos estudios de arquitectos. El jurado previsto seleccionó las más atractivas opciones, en un ambiente de palpable elegancia y optimismo, y opinó sobre algunas carencias que deberían tenerse en cuenta antes de ver la luz las bases de la convocatoria para elegir al arquitecto que construirá el edificio que marcará un antes y un después, y conectará con el mejor espíritu europeo de las artes escénicas y la música.

Las últimas declaraciones de la Consejera de Cultura nos han cogido desprevenidos a los que teníamos meridianamente claro que nuestro Teatro albergaría la sede del Centro Andaluz de Danza, entre otras razones, porque se había solventado, o estaba en vías de solución, la falta de metros de solar, a los que aludió la citada Consejera en una rueda de prensa, diciendo que «tenemos que abandonar la idea de un gran espacio escénico, que en algún momento se pensó, especializado en danza». Ya se sabe que a veces la ambigüedad es inherente al lenguaje político. No quiero pensar que se haya dado esta circunstancia en el caso que nos ocupa.

Algunos de los que estamos involucrados en la reivindicación de este proyecto siempre entendimos que Granada iba a ser la sede del Centro Andaluz de Danza, presente en el Debate -como puede comprobarse en la publicación de la Academia, que contempla la expresión ‘Sala de profesores de Danza’-. Por eso no tiene nada de extraño que nos hayamos quedado perplejos ante las contundentes declaraciones de la Consejera y reclamemos dicha sede para el edificio que será signo de una ciudad moderna, intelectual (a pesar de sus ‘silencios’) y artística, que no desea que se incrementen los gestos neocentralistas (véase el conflicto con los colegios profesionales, por ejemplo), actitud más acorde con la idea de comunidad que, en mi opinión, no ha sabido plasmar el Estatuto, a tenor de las adhesiones que ha tenido.

El Centro Andaluz de Danza debería estar en Granada, y es responsabilidad de todos los que se consideran sus representantes luchar por ese objetivo. Sería un complemento ideal para el Festival Internacional de Música y Danza de Granada que se merece tal regalo por haber sido durante 57 años el gran embajador artístico de nuestra tierra en el mundo. Perder esta oportunidad será una imperdonable mutilación cultural. Si realmente el solar destinado al Teatro no se pudiese ampliar por problemas legales -no es precisamente lo que se nos dijo en la reunión del jurado-, búsquese otro con los metros necesarios, antes que perder esta coyuntura irrepetible. Estamos acostumbrados a esperar. Granada es una sala de espera (Campus, Ave, autovía de la costa, etc.).

Tengo la sensación de que se ha cambiado el discurso y se ha dado un grave paso atrás. Esto no es un asunto del PP ni del PSOE, sino de Granada: el ‘partido’ que nos debe unir a todos. Por lo que hemos leído y oído en estos días, es preciso que el Ayuntamiento y la Junta nos convoquen públicamente con el fin de aclarar de una vez sus posturas ante los ciudadanos, y actuar en consecuencia. Es doloroso comprobar en estos momentos un silencio conformista cuyos dedos señalan a políticos y granadinos.

Hemos de formar una piña para que Granada no pierda ninguna de las opciones que se habían barajado para el «gran espacio escénico», y que tantos entusiasmos generaron a pesar de los detractores. Tirar la casa por la ventana es otra cosa, y se llama despilfarro. Nos falta recobrar la pasión por una ciudad sobrada de ‘amantes’ y falta de fieles enamorados. Dije un día, y hoy lo vuelvo a repetir, que «Granada no limita con ninguna frontera de Andalucía, ni de España, ni siquiera de Europa. Los límites de Granada están en los confines del mundo».

En los años cincuenta el escritor Villegas López escribió: «Lo esencial para el artista creador es poner su obra en el camino de lo eterno, jalonado de obra eterna. O no será nada, nada entre la nada». Ese es el horizonte de plenitud de la Granada con sueños de eternidades, que nos invita a compartir.

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