Publicado en Ideal el 25/10/2008.
Juan de Dios Villanueva Roa.
Los actuales responsables políticos del Ayuntamiento de Granada están dispuestos a hacer caja. Los últimos reveses judiciales en torno a lo que este consistorio ha de pagar debido a errores de gestión cometidos por sus dirigentes, así como el hecho de haber superado los gastos presupuestados en las obras acometidas antes de las últimas elecciones municipales han dejado las arcas vacías, peor aún, en números deudores por bastante tiempo. Poco a poco se acerca el próximo periodo electoral. Ya sólo faltan treinta meses, que pasan volando, y para entonces se precisa acometer nuevas obras que atraigan la atención y sobre todo el voto. Dice el alcalde que la gran obra de esta legislatura es la del metro, pero no estará lista para entonces. Es más, los desbarajustes que se avecinan hará que se vuelva en contra del consistorio. Tal vez por ello se apresuró hace unas semanas a decir que eso era cosa de la Junta. Cuando llegue el momento de hacer el primer recorrido ya veremos quién coloca la cabeza para que le cuelguen la medalla.
El caso es que no hay un duro, y encima se ha echado encima la dichosa crisis, esa que está paralizando las obras privadas, la que está impidiendo que los dineros entren en el ayuntamiento. Por si faltaba algo, los conductores están teniendo buen cuidado de no infringir las normas de tráfico, y cada día son menos los que son cazados en aparcamientos indebidos, circulando por lugares prohibidos, o saltándose los límites de velocidad dentro de los costados de esta ciudad. Eso supone una disminución importante en la recaudación por las multas, con lo que las nóminas que estaba previsto pagar con estos conceptos han de ser sufragadas por otros medios. Porque las flores hay que seguir reponiéndolas, las vallas alquilándolas, los escenarios montándolos Y falta dinero. La solución viene de la mano de la venta. Deshaciéndose de ciertos inmuebles se consigue un doble efecto. Por un lado se ahorran los costes de su cuidado y mantenimiento; por otro, entra pasta líquida para seguir poniendo flores por Puerta Real y Reyes Católicos. Se disfraza todo con los puestos de trabajo que generarán los nuevos propietarios y se justifica con las apreturas coyunturales de la convergencia existente. Y si el personal empieza a ponerse muy pesado pues se le dice a la Junta que cambie unos edificios por otros, y así se le echa el muerto a los de siempre, que para eso están. Y así, edificios históricos, que le pertenecen a usted, y a sus vecinos, y que le habrían pertenecido también a sus descendientes, son vendidos como el que vende una piara de cabras, o se deshace de una casa vieja. Y la ciudad se empobrece poco a poco mientras otros ven engrandecer su capital y sus dominios a costa de la ciudadanía, que parece permanecer muda ante estos atropellos que rayan la desmesura más brutal. Pero no importa, aquí esas cosas parecen no importar. La incapacidad de quienes nos gobiernan no tiene medida pero no es la medida de su capacidad la que se exige. Y pasan las cosas y se acercan nuevos tiempos. Y siempre habrá un culpable u otro lugar hacia donde mirar mientras ante nuestras narices se levanta el patrimonio, cada vez más escaso, de los granadinos. La incapacidad para rendir cuentas de la gestión devastadora debiera también ser fustigada por la ignorancia de los resultados evidentes. Aquí no ocurre eso, aquí no ocurre nada. Se venderá la casa Agreda, el convento de Santa Inés, la Plaza de Bibarrambla, el paseo de los Tristes y siempre sonará algún canto de sirena que lo justifique. Y las caras seguirán tan sonrosadas y lustrosas como siempre. Y tan duras.