Publicado en Ideal el 22/01/2007.
José Prados Osuna.
Las sepulturas cubren no sólo los cuerpos corruptos, sino que a veces tapan las inverecundias de los mortales. Es decir, cuando echamos tierra a un asunto lo damos por muerto, que es como afirmar que su proyección vital acaba formando parte del ‘pulvis eris et in pulvis reverteris’. Eso es lo que siempre creí, hasta comprobar que el entierro de asuntos como el de la muralla nazarí sólo fue una apariencia sugestiva, sufrió de catalepsia y resucitó sin la promesa de un evangelismo falso predicado por el catervario de la muralla herida y reconstruida de falsos jabalcones, hilvanada en pespuntes de moderno ‘cagut’ y que el paso del tiempo deja en el rostro una marca monstruosa que se asemeja a la horripilante faz de Quasimodo. A modo de catarsis investida de premios y halagos, como Ctesifonte a Demóstenes, el Sr. Gómez Acosta viene a recordar el grave error que cometimos los que tuvimos a bien criticar las actuaciones en esa muralla, travestida de pantalón rapero en la estatua de David, como encumbramiento y perfeccionamiento del genial Miguel Angel. Qué empecinamiento en desenterrar a los muertos para escarnio de sus fosores, que en sumo acto de caridad cumplieron el virtuoso precepto. ¿Será acaso una estratagema de logogrifo y el alumbramiento de un nuevo proceso transmigratorio cuyo sentido desconocemos?
Es cansino volver al argumento y la prueba, al gasto público y al derecho que tienen los que pagan a decidir sobre su patrimonio, que no es del señor que resuelve en el augur del funcionariado y de la ignorancia subcultural del político, ni del que sobrevuela por encima de los mortales con alas de Dédalo mostrando al mundo el nido de su arrogante sabiduría. Transita transparente el argumento de los premios y laureles que se conceden los mismos sin la opinión del observador hacia el que supuestamente se dirigen los actos, ajenos y extraños, votos y sufragios. Esa contrastación de pareceres ilumina y perfecciona, arremete contra los amurallamientos intelectuales y derrite la cera de las alas para despertar del onírico éxtasis del endiosamiento.
¿Alguien ha visto en Roma, escuela universal, la reconstrucción de sus murallas en torno al Coliseo? ¿Se imaginan los protectores del arte universal semejantes actuaciones vanguardistas en el Partenón? ¿Se les da entrada en Palmira a actuaciones grafiteras basadas en el criterio ‘okupa’, invasiones del arte, transgresiones llevadas a la destrucción de la sublimidad que arrastran los siglos y que ni el tiempo a través de la lluvia y la ventada ha logrado arrebatar? Todo un grupito de jóvenes vanguardistas iluminados por la sabiduría de algún maestro, que pretende escuela, resiste tras la muralla olvidando que la madurez consiste en la ampliación de los ángulos, en la mirada lejana hacia el horizonte que sabe del juego dual respeto-tolerancia, en la aceptación de la senectud como mecanismo de sabiduría, en el caminar sosegado que obliga a la reflexión y a la temperancia, a la administración del esfuerzo en la búsqueda no exhausta de un fin inalcanzable.
No todo el pasado adolece del principio de su invalidez, desplazado por lo nuevo, por la técnica, o el diseño y cuyo fundamento es la ‘efimeridad’ que arrastra el vanguardismo. Por ello pretenden anclarse al pasado, conscientes de su fugacidad, pero tal legítimo deseo pretenden realizarlo en un parasitismo destructivo que modifica la esencia y la virtualidad de lo antiguo. Por ello no les basta con crear vanguardismo junto a lo clásico, sino que pretenden empotrarse en él, resaltar, impactar, transgredir, vivir encastrados en la obra de otros para alcanzar la eternidad. Es lo que hace el pájaro cuco, en un despreciable acto de deshonestidad biológica. Justo es decir que no todas estas agresiones ocurren en las ciudades en las que se pretende crear escuela vanguardista. Colonia ha sufrido una de las mayores agresiones en Europa, cuando junto a su monumental y espectacular catedral han instalado un horroroso edificio, museo de arte moderno que nos ha privado de la visión única de tan genial monumento que se había ganado el derecho a su singularidad después de muchos siglos de admiración, enturbiada por la escasa capacidad cultural de unos políticos que lo autorizaron y la picaresca de unos desalmados diseñadores que nos han robado la visión y la espectacularidad de una de las más grandes obras de la humanidad.
No insistamos, dejemos el asunto al abur del tiempo, quizá como ejemplo del impacto y de la teoría, del contraste, del pecado y del arrepentimiento, pero no permitamos que alguien pretenda laurear lo realizado relativizando nuestras protestas en base a farsas atelanas, juegos malabares e insistencia pertinaz y cansina, pues aunque esa estratagema sea utilizada habitualmente por políticos, con mucho insistir la mentira no se hace verdad.