Publicado en Ideal el 10/06/2007.
José García Román.
Vengo observando de un tiempo a esta parte que periódicos de tirada nacional, cuando se refieren a las grandes ciudades de Andalucía, sólo citan a Sevilla, Málaga y Córdoba. Ítem más: en la información meteorológica de algunas televisiones, Granada ha sido borrada del mapa, como si no interesara al turista. Y ya puestos, no viene mal recordar que cuando se vuelve de Madrid por la autovía, se tarda en ver el nombre de Granada en los paneles indicadores. Y digo yo que algo tienen que significar las consideraciones expuestas, al margen del número de habitantes. A punto de iniciarse la nueva campaña, una vez tomen posesión los munícipes electos -campaña que día a día se irá desarrollando durante cuatro años y que, como colofón, en las últimas semanas los candidatos a la Alcaldía iniciarán la petición del voto-, es momento de preguntarnos por el peso que realmente tiene Granada en la política, la economía, las comunicaciones, la investigación, la cultura, etc., al mismo tiempo que desterramos para siempre inútiles ditirambos y los sustituimos por el ejercicio saludable de la autocrítica y crítica constructiva.
Se ha afirmado hasta la saciedad que el problema de Granada se debe a la endeble estructura dirigente, a la ingravidez empresarial, al exiguo apego que se le tiene a la ciudad, a la escasa presencia en los foros de las grandes decisiones, a los que viven de Granada y no para Granada, a las pocas agallas, a un cierto aire mezquino y a tantas causas más que impiden que consiga alzar su voz a pesar de las sordinas políticas. A nadie se le escapa que Granada se juega mucho en estos próximos cuatro años, sobre todo su protagonismo, tan necesario para consolidar sus señas de identidad y definir su papel que tanto tiene que ver con el universo de la ‘cultura’, ejemplar y modélica, original y profunda. Por cierto, nadie nos ha explicado satisfactoriamente por qué Granada no es en estos momentos candidata a ‘Capital europea de la Cultura’, a pesar de que desde hace muchos años se viene reclamando esta aspiración en algunos medios de comunicación. No me referiré hoy a los proyectos pendientes. Sí me atrevo a sugerirle al señor Alcalde que, mientras calienta motores la nueva Corporación municipal, le haga una visita a la señora baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza por si consigue ablandarle el corazón y decide depositar en Granada parte de su legado artístico. Merecería la pena. Seguro que se encontraría el espacio adecuado para exponerlo.
Creo que hace falta definir con más precisión las coordenadas de la gran cultura, la que entiende de valores auténticos y de altura, y es motor que posibilita velocidades adecuadas para el despegue de una ciudad llamada a ser cabeza privilegiada en Europa y el mundo, y que, por tanto, exige una programación de calidad durante todo el año, sin olvidar la revisión de celebraciones y fiestas, lo que implicará ir a las raíces para abundar en la luz, el color y la creatividad. Y todo, en una Granada decorosa, verde, limpia, silenciosa, cortés, elegante, abierta, respetuosa, inteligente, afinada, sin mercancías dudosas, sin imágenes baratas ni engaños de mercadotecnia.
Granada brilla en el mundo gracias a los nombres conspicuos que dejaron su huella, no los que seleccionamos según las encuestas del momento cuyos resultados frecuentemente son un puro disparate, por mezclar lo que no se debe. -¿Quién ha dicho que ciertos asuntos pueden pasar por las urnas o ser opinables? Cervantes, Picasso, Segovia o Falla están por encima de consultas y votos, como la Alhambra-.
Granada tiene que huir de aquello que ya se avisaba en la antigüedad: «Ciudad grande, soledad grande», y que más tarde mutó en «seres viviendo juntos en soledad» -no precisamente la deseada-, y definir mejor su futuro, por lo que deberá recuperar proyectos e imaginar otros. Expertos hay con capacidad para diseñar ideas, pensadas con criterio de excepcionalidad, y organizar actividades de indiscutible gran nivel.
Es la hora de Granada y hay que ponerle la mejor música, como hiciera Ravel en su obra ‘L’Heure espagnole’. Debemos plantearnos un nuevo despegue que nos una y fortalezca la autoestima. Tenemos Señora. No es el caso del Cid. Para que Granada sea defendida y conseguir sus conquistas necesita buenos vasallos, de los que no está sobrada, si queremos honrarla como corresponde. Todos deseamos -al menos eso pienso, es lo democrático- que la gestión de la flamante Corporación municipal sea atinada, eficaz y sobresaliente, pues de ese modo Granada brillará más. Es hora de luchar por Granada y no por el voto; por Granada, sólo por Granada, porque es en esa lid donde se pueden ganar o perder unas elecciones.
En Munich causa admiración a los visitantes el Carillón de Marienplatz. Granada es un inmenso museo del reloj que nos habla de tiempos lejanos. En la memoria de nuestra ciudad conviven muchos relojes, notarios del devenir de los siglos, de épocas que se pierden en la memoria del mundo, que marcaron las horas más señeras y fantásticas, y las más tristes y sombrías; las de la creación más excelsa y las de la mezquindad más vergonzosa; los minutos más luminosos y los más negros; la luz más universal y la oscuridad más cósmica. Unas horas que pacientemente se dejaron contar por relojes de sol y de arena; por clepsidras e ingenios mecánicos; relojes que nos hablan de edades y vidas, de puntualidades y retrasos. A veces se tiene la sensación de que aquellos relojes, ufanos medidores del tiempo, eran más exactos y precisos, y en cambio los de ahora, de alta tecnología, atrasan demasiado.
No debemos confundir la puntualidad de ‘nuestros’ relojes con la del reloj de Granada. Ajustemos de una vez la hora y evitemos retrasos que implicarán pérdida de oportunidades; algunas, definitivas. Nos encontramos ante un reto que exige generosidad y valentía. Lo diré con palabras de Azorín: « en esta empresa hemos de poner todos el más alto desinterés, la más acendrada abnegación». Porque como se ha dicho en repetidas ocasiones, lo que es bueno para Granada es bueno -o debería serlo- para los partidos políticos.