TIEMPO DE LISTAS

José García Román

Publicado en Ideal el 12-02-2011

Hasta que no nos liberen de la dictadura de las listas cerradas, ordenadas según el criterio de los que mandan en los partidos políticos (el ‘aparato’ –palabra que nos provoca desasosiego–), y nos rediman del yugo de ir a depositar la papeleta en la urna que nos ofrece esta democracia en cierta medida secuestrada –suena duro, pero es una incuestionable realidad– por quienes deberían ser los que propiciaran la ventilación de la casa de la ciudadanía y la transparencia más ejemplar, evitando como principio sagrado toda tentación totalitaria, no podrá regenerarse la “cosa pública”, que en estos momentos se encuentra en franca decadencia, aturdida por el desconcierto y agobiada por la desfachatez y una extraña incontinencia verbal.

Es urgente devolver parte de la fe a la ciudadanía, cansada de un sistema político que no puede defenderse exclusivamente desde la legalidad, pues la democracia es un proyecto que ha de renovarse continuamente, profundizando en el protagonismo del elector y olvidando albaceas. Las listas cerradas semejan un atraco a la libertad. Los límites y el orden de aquéllas debería corresponder a quienes votan, que tienen el derecho y la obligación de exigir unos candidatos ejemplares –que lo sean y lo parezcan–,  que se sientan verdaderamente administradores que escrupulosamente rinden cuentas de sus decisiones, que detesten beneficios propios y familiares, y que se pongan al nivel de la ciudadanía, porque nadie les obliga a entrar en la vía de la política, que exige vocación de servicio y deseo de dedicarse a sembrar confianza, a dar luz y eliminar oscuridad, a compartir con la gente las carencias. Progresar honestamente, sin excesos, en una democracia honrada, necesaria para una sana convivencia, generadora de filantropía, ajena a abusos y arribismos, es noble opción. Hay políticos que se han entregado a esa vocación a cambio de perder oportunidades en la empresa privada. Tal actitud es encomiable y esperanzadora.

Todos sabemos que existe un potencial extraordinario en gran parte de la ciudadanía que con discreción soporta abusos y hermetismos al amparo de una legalidad que hace oídos sordos a los cambios que reclama un pueblo cansado de democracia a la carta en tantas ocasiones –como del inútil y retórico cambio de hora–, que impide una regeneración imprescindible para que la credibilidad retorne a la gente que anhela tener auténticos y modélicos líderes en quienes confiar y de quienes sentirse orgullosa; unos líderes que sean los últimos en sentarse a la mesa, en subirse en el medio de locomoción de la mayoría, en apagar la luz por la noche, y los primeros en renunciar a todo privilegio, en abrir la casa de par en par, hoy con demasiada oscuridad, para que se conozca lo que existe en ese mundo oficialmente transparente pero bajo sospecha por considerarse que ha sido secuestrado lo más valioso del sistema democrático que en estos días sufre las secuelas de una escandalosa corrupción, acompañada de nepotismos e ilícitos enriquecimientos.

Esperamos unas listas presididas por el criterio más riguroso e integradas por candidatos con un pasado intachable y ejemplar, sin antecedentes trepadores, sin zonas sombrías ni traidoras, sin cadáveres en la cuneta, con ideas ilustradas, poseedores de una inteligencia honrada y capaces de sembrar de ilusión y respeto los parques de nuestra vida. La imagen, el maquillaje y las lecciones de la mercadotecnia son asuntos de un ayer a olvidar, propios de una sociedad inmadura; como las sonrisas que pretenden cautivar en la creencia de que la seriedad es enemiga de la cercanía, del decoro y la honradez. Una sonrisa puede provocar tristeza; un abrazo, suplicio de esposas, y un apretón de manos, tortura. No están de más los gestos serios pues no hay nada que vender ni a nadie que vencer, sólo convencer; y se convence con el ejemplo, la inteligencia y la razón. Somos adultos; la minoría de edad quedó atrás. Para teatro, el de títeres. Es más divertido. Se precisan candidaturas honradas, sin tacha, que cautiven a la gente con sed de rehabilitación del edificio moral y social.

Las listas pueden servir de estímulo, o pérdida de confianza si sigue la noria girando sorda a las reclamaciones de la ciudadanía, al amparo de una pegajosa legalidad como si lo legal fuese sinónimo de justo. Tal vez sea el momento de dejar de hablar de leyes y pasar a hablar de justicia.

La palabra está desgastada. Hoy ya sólo cuentan los hechos; unos hechos, una conducta intachable respaldada por el ejemplo. Esperamos  listas cuya luminosidad nos impida mirar a la cara de los candidatos, porque nos podría cegar su bonhomía. Hay ciudadanos excepcionales con un corazón apto para cambiar España y Granada. Pero el sistema no está por la labor, y sigue en sus trece; eso sí, muy democráticamente. Ha errado la meta y desechado la conexión con la voluntad del pueblo, incluido el silencioso.

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