Catorce meses en una vía muerta

Publicado en Granada Hoy el 12/01/2010.

El ex rector aceptó entusiasmado el ofrecimiento de presidir el Milenio, pero a base de chocar contra la política real, se fue desencantando. Dicen sus íntimos que si no lo dejó antes fue porque es un hombre de honor.

Nunca lo dijo en público, pero sus más íntimos sabían que David Aguilar llevaba tiempo decepcionado, por no decir harto, del Milenio. No podía desprenderse de la sensación de que se había equivocado, que había pillado un tren que no era el suyo, un tren en el que no se sentía nada a gusto, quizás, se temía cada vez más, un tren que llevaba a una vía muerta.
Cuentan algunos de los que mejor conocen al ex rector de la Universidad de Granada que si no abandonó antes fue porque es un hombre de honor, de los que respetan la palabra dada hasta el límite. No quería dejar en la estacada a nadie y, además, había empeñado en la empresa buena parte de su bien ganado prestigio.
Pero llegó un momento en que reventó. El Milenio no carburaba, resultaba francamente complicado poner de acuerdo a las instituciones representadas -más numerosas que cuando se gestó la idea- y se sentía cada vez más como el muñequito de la feria, al que todo el mundo disparaba cuando quería saber qué cuernos pasaba con el Milenio, por qué no avanzaba. “A veces he tenido la sensación de que el Milenio era un proyecto de David Aguilar”, confesaba ayer.
Pese a su discreción, más de una vez dejó entrever en sus declaraciones en prensa que estaba disgustado por la marcha de los acontecimientos. Sus palabras fueron cada vez menos parecidas a las que dijo en noviembre de 2008, cuando le propusieron ponerse al frente de la nave y aceptó encantado. “Estoy muy contento de volver a trabajar por Granada. Cualquier persona con compromiso público debe decir que sí ante un ofrecimiento de ese tipo”, declaró entonces.
A partir de ahí, Aguilar se puso a ello, aunque sin saber muy bien qué orientación darle a su trabajo. En realidad, ese ha sido el problema desde el principio, posiblemente porque lo que falla es la base, el concepto del Milenio, qué se quiere hacer en realidad.
Conforme pasaron los meses y España y Andalucía se sumergían cada vez más en una crisis económica terrible resultó más complicado mantener viva la llama que en su día encendió Chaves, cuando se le ocurrió la idea de conmemorar los mil años del Reino de Granada. Esas palabras, interesadamente amplificadas por unos y otros -la oposición pronto vio ahí un filón para ejercer la crítica- no se convertían en hechos. Las instituciones hablaban de dar “un apoyo sin fisuras” a la efeméride y en marzo de 2009 constituyeron formalmente el Consorcio del Milenio. Pero Aguilar todavía tuvo que esperar hasta noviembre para ser designado presidente del mismo de manera oficial. Durante un año se movió en la indefinición. Tiempo suficiente como para cansar a cualquiera.
A la vista de según qué datos, podría decirse que el Milenio está ahora más avanzado. Tiene garantizada la aportación económica de las administraciones central y autonómica, se han fijado ya partidas presupuestarias para partidas concretas -con independencia de que sean las más adecuadas- y teóricamente estaba a punto de ultimarse su programación cultural. Pero Aguilar vio justo en este momento su particular Rubicón: o seguía adelante con todas las consecuencias durante cuatro años, o daba marcha atrás ahora que todavía le era posible, se alejaba de los políticos y hacía algo que, de haber seguido, le habría resultado imposible: volver al mundo de la docencia, del que, probablemente lo pensó muchas veces durante todo este periplo, nunca debió apartarse.

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