Buenos días, señor Alcalde

Publicado en Ideal el 25/11/2007.

José García Román.

HAY poblaciones que no sucumben a la tentación de la especulación y mantienen armónicamente su secular imagen blanca o pétrea, evitando herir su memoria y sus raíces. Otras sufren degradación física y social por mor de gente que se considera de paso y sin vínculo alguno con el hogar que la acoge, y no sabe comportarse en el vagón donde viaja.

El 7 de marzo de 1968, Chueca Goitia dio una conferencia en Granada, y habló de la sociedad desraizada que «niega lo que dice con sus obras vandálicas» y arrasa para convertir los solares en oro y la vida en negocio rentable. «Al hombre que hoy prevalece cuantitativamente, el tan traído y llevado hombre-masa, a ese que corre desolado en automóvil lanzando miradas aviesas, cargadas de cómicas y desproporcionadas amenazas, le importa un bledo, entre otras cosas, la ciudad que ha heredado», decía el citado arquitecto.

Los sistemas de valores -demasiado primarios y cercanos a nuestros propios intereses- se han aliado con la imagen, las apariencias y la velocidad. Si Ortega hablaba de hambre de escaparate, hoy podríamos afirmar que existe hambruna de publicidad y bienestar sin límites en una parte de la población que se ve reflejada en la frase orteguiana «están espléndidamente dotados con las tres cualidades necesarias: audacia, grosería y prisa». Todo esto se percibe en el devenir de las ciudades, sobradas de ‘visitantes’ y privadas de vecinos que luchen no para destacar sino para destacarlas, no para ponerlas a su servicio sino para ponerse a su servicio, no para usarlas como moneda de cambio sino para trabajar por su identidad.

Se dice que los granadinos son amigos de las esquinas y los visillos; viven secuestrados tantas veces por ellos mismos; suelen engallarse ante lo nimio y achantarse ante lo grave; no son proclives a dar la cara y habitan en una ciudad excesivamente politizada, y sin embargo ayuna de la gran política, pues le sigue faltando una estrategia sin confusiones de lenguas; una estrategia de estadistas, que ponen su mirada en las generaciones, nunca en las elecciones; una estrategia que impida rebajas y banales fuegos de artificio, y persiga que la ciencia, la investigación y la cultura, en todos sus ámbitos y estadios, estén en el nivel adecuado. El retraso que sufren los proyectos de infraestructuras científicas, tecnológicas, culturales y viarias; los encontronazos que se producen por las polémicas reformas y rehabilitaciones, y la insuficiencia de diálogo sincero no conducen sino al desaliento que se reafirma ante la ausencia de un consejo de ‘sabios’.

Reivindicar en Granada no está bien visto por el que ostenta el poder de turno. En demasiadas ocasiones se ha acusado al granadino de ir de ‘víctima’, desviándose la causa del problema, que tiene relación con la sumisión y el déficit de auténtico liderazgo que hable alto a quien proceda y genere ardor, libre de cargas y consignas. Cuando un alcalde reivindica sólo hace cumplir con la obligación de engrandecer su ciudad, más allá de siglas y brújulas -los ejemplos de Francisco Vázquez o Rita Barberá son evidentes-, alejado de muros que impidan transitar por el camino de la sensata ambición.

Se nos abren las carnes cuando contemplamos algunas zonas de Granada humilladas por falta de amor y estética, por desafortunadas actuaciones que desde el siglo XIX han originado una lamentable destrucción o por la mala educación de los que no conocen las más elementales normas de convivencia.

Solemos vivir a veces a la sombra del tópico de una realidad pasada que escenificamos en función de las circunstancias. Granada ha perdido trenes por enconamientos entre las administraciones, escasez de voz y carencia de mecenas influyentes (decía un intelectual madrileño que España era el único país en el que los mecenas pedían dinero), y sufre los efectos de excesivos interrogantes relativos a la expansión de su área universitaria y tecnológica y sobre todo de recurrentes carestías. Por ejemplo, se echa de menos el Museo de Bellas Artes (continente y contenido) que correspondería a ciudad tan nombrada; permanece hibernado el proyecto de Museo de Arte; el Teatro de Ópera, del que aún se perciben discretas dudas, ha iniciado su primera andadura con fórceps. No es preciso continuar con la relación. Pero sí me voy a permitir recordar que el pesimismo aparece cuando se eternizan los proyectos. El paisanaje -político y de a pie- debe estar en consonancia con el paisaje; y si nos referimos a nuestra ciudad, entregado con entusiasmo a la fascinante tarea del crecimiento en sabiduría, arte, belleza, ecología, verdor, limpieza, seguridad y silencio. Sigo pensando que Granada podría ser sede de la Consejería de Cultura, decisión que redundaría en beneficio de la descentralización y del fortalecimiento de nuestras señas de identidad.

Soñar es vital para permanecer despiertos, si no la modorra y el hastío nos privarán de los sueños, sumergiéndonos en un sopor inaguantable. Las ilusiones en Granada hay que encarnarlas vistiéndolas de sensibilidad, con el pensamiento puesto en una ciudad bimilenaria, de cimientos protoibéricos, con inmensos parajes culturales, cuyos notarios son la historia y la leyenda.

Es momento de lealtades y aplausos generosos para los que donan sus tesoros con el noble fin de enaltecer la ciudad. De todo corazón anhelamos que Granada llegue a ser un envidiable reino de libertad y pensamiento, un reino de progreso y decencia, un reino de cultura y respeto, un reino de saberes y belleza.

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