Nuevos horizontes para los campos de la Universidad de Granada

Publicado en Ideal el 29/11/2007.

Remedios Roldán Ávila.

Con más frecuencia de lo debido, la Universidad ha sufrido las presiones del poder político de turno, afectando gravemente a la libertad de una institución que es imprescindible para el completo desarrollo de los pueblos, el avance de la ciencia y la creación, y la mejora de la formación del ser humano.Un indiscutible ejemplo de universitario es Unamuno, que luchó a favor del alto centro de ciencia y denunció intrusismos, banalidades y endogamias cuando la Universidad sufría una considerable crisis, abanderándolo desde la «verdad, toda la verdad y nada más que la verdad». Unamuno pensaba que la Universidad debía ser una Institución con ideas de progreso integral que condujera a la excelencia, palabra hoy muy devaluada y superada por el conformismo, que parece ser el reflejo de nuestra realidad objetiva. Una excelencia verdadera que sea reconocida por derecho. Hay que aspirar a una Universidad que posea los mejores cerebros pero sin olvidar que ha de estar libre de ataduras políticas y otras sumisiones.

Ya Francisco Giner de los Ríos, el creador de la Institución Libre de Enseñanza, dio un ejemplo en aquel contencioso decimonónico (cuando mangoneaba el gobierno buscando adhesiones) diciendo, entre otras cosas: «Jamás cooperaré a que la independencia del Profesorado se restrinja o menoscabe, convirtiendo su elevada función en dócil intérprete de pasiones políticas».

Por otro lado, en la apertura del curso académico 1900-1901 de la Universidad de Salamanca, el rector Unamuno se dirigió a los alumnos diciendo: «A vosotros jóvenes toca disipar la plúmbea nube de desaliento» pues sois llamados a «ser mañana ministros de la reflexión». ( ) «La experiencia enseña cuán frecuente es el fracaso en la vida y en la ciencia de no pocos sobresalientes cargados de laureles académicos» ya que «esa deplorable emulación que nuestro infausto sistema de notas y recompensas fomenta, rara vez puede dar óptimos frutos»; y «no os suceda que sudéis y agotéis vuestras juveniles energías en certamen de competencia, como quien corre en pista o redondel, mientras podríais marchar a paso por el camino de la vida». No tengáis «ansia de notas sino sed de verdad».

Del mismo modo, en la inauguración del Curso Académico de Salamanca, de 1904, Unamuno dijo ante Alfonso XIII: «El relumbre de aquellos antiguos esplendores es incentivo para buscar y encender nosotros esplendores nuevos, y nunca pretexto para pedir a cuenta de él ninguna clase de privilegios, ya que éstos no se piden cuando se llega a merecerlos».

Hay un gran porcentaje de gente, entre la que me encuentro, que piensa que es preciso recuperar el auténtico espíritu universitario, compaginando teoría, práctica e investigación con la transmisión de la verdad, huyendo del simple objetivo de convertir la Universidad en una fábrica de títulos. Por tanto, huir de los «méritos legales» e ir en pos del mérito sin calificativos para aspirar a ser «centros de elevada cultura», supongo es lo que lleva a los candidatos al Rectorado, y sobre todo, a no ver en «las ideas un enemigo» sino un potente aliado de libertad y superación. Aunque, mucho me temo, que las ideas siguen generando miedo a tenor de cómo vemos la realidad Universitaria. Una cosa es desmitificar la Universidad, que ya lo está, y otra, no saber llegar a zonas que le corresponde.

Decía Miguel de Unamuno, y viene bien recordarlo, que una de las obligaciones morales del rector de una Universidad es «empujar a ésta a que tome el aire de la calle y de los campos», sin que implique vuelos rasantes. Al contrario. Conlleva connivencia con la sociedad de la que se nutre y a la que se debe entregar con todo el esfuerzo y máximo nivel, ofreciéndole los ejemplos de «lecciones de dignidad y libertad de conciencia» dados en las aulas y, como se ha dicho antes, libre de servidumbres.

Creo que es necesaria una reforma profunda en la Universidad, que tenga en cuenta estas ideas de excelencia y libertad, alejada de juegos políticos e intereses personales, una reforma profunda que afecte a la investigación, la cátedra, la manera de comportarse el profesorado, la disciplina de los alumnos, la incentivación, con criterios exclusivamente profesionales.

Sí, a nuestra Universidad le hace falta un viraje. Comencé a sentirlo cuando yo frecuentaba sus aulas y creo que ese cambio, sin desmerecer a los otros candidatos, podría venir con el profesor Antonio Campos: un hombre emprendedor, capaz, humanista, con un currículum científico incontestable y que ha dado ejemplo en tantas ocasiones. Merece la pena darle una oportunidad que le lleve a desarrollar ese inagotable creativo programa. Estoy convencida de que sería para bien de Granada y así poder otear nuevos horizontes en los campos de su Universidad.

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