Publicado en Ideal el 20/02/2009.
José Prados Osuna, Ciudadanos por Granada.
TODO proceso reflexivo debe realizarse con una buena dosis de realismo y sinceridad. En la precariedad que nos acompaña hemos de reconocer que los buenos años pasados, si es se pueden dar por buenas las ilusiones ópticas, los castillos en el aire y la institucionalización de la mentira, han tenido la aquiescencia interesada de los gobiernos, pues se han servido de una corriente caudalosa de fondos que han sostenido el armazón de la burla que el sistema ha practicado con los ciudadanos.
Nuestra economía, con un crecimiento lento vino adaptándose al objetivo que nos permitiese acercarnos a la media de los países de nuestro entorno europeo, para ello contamos con los recursos que nos proporcionó Europa y que estimulando la demanda hizo desarrollar una fuerte capacidad productiva, precisamente en el sector que de forma más directa fue beneficiario económico de tales fondos. El sector de la construcción, tanto en infraestructuras urbanas como de comunicaciones se lanzó al mercado y con una coyuntura muy eficaz de tipos de interés bajos y la liquidez que produjo la ingeniería financiera aplicada por el sistema financiero, cayó en el mismo error que la mayoría de los países que de forma consciente e interesada abrazaron los principios de la economía neoliberal y su mano ejecutora, la política financiera, olvidando la economía real, los efectos de una burbuja incontrolada, los objetivos de productividad, el cambio de ciclo y modelo, la tecnología, el conocimiento, en mor de las grandes operaciones de los mercados financieros, por las que en pocos días un individuo indocumentado podría obtener enormes fortunas dirigidas por “tiburones” y listillos de bolsa y de diez me llevo dos. El empresario clásico no era sino un tontucio y pobretón desfasado. No es extraño este asunto para los grandes organismos económicos internacionales, que sólo llevan razón cuando no opinan y sólo opinan a tiempo pasado, especialmente debido a que cuando opinan antes, causan desastres en el mundo económico y sus corralitos financieros. De ahí que desatada la crisis y reconocida por medio mundo, nuestro BCE y su excelso presidente, aún seguía subiendo los tipos de interés con la visión inefable de los problemas inflacionarios como objetivo, aunque el mundo entero se sumiese en la más profunda de las crisis. Nadie ha dimitido aún.
Dos cuestiones me preocupan y desvelan: Primera: ¿Cómo es posible que los defensores de estas teorías económicas permanezcan al frente de las instituciones financieras asaltadas por especuladores de tres al cuarto en sus cuadros dirigentes sin que la autoridad monetaria, tantas veces alabada en nuestro país no haya intervenido aún?. La justicia debe ser exigente con los nominadores y los nominados que, demostrando su manifiesta incapacidad, detentan la incuestionable capacidad de ser leales al poder y desleales a las instituciones y a los ciudadanos, aunque en esto alguna vez hemos tenido la desagradable sensación que también la justicia ha entendido de adicciones.
Segunda: ¿Cual va a ser el modelo, (no nueva burbuja) que impulse la economía española cuando el sector del ladrillo ya nunca sea tal motor y que proporcione crecimiento estable y sostenido, penalizando la especulación como delito?
Sin la resolución de estas dos cuestiones no podremos salir ni en 2009, ni en 2010, ni en 2011, ni nunca volveremos a situar a nuestro país en los lugares privilegiados del ranking internacional.
Si de importancia vital es devolver la confianza al sector financiero, no es menos vital que el sector financiero se gane la confianza mediante el cumplimiento adecuado de sus fines y la gestión transparente de sus operaciones, dejando de utilizar al ciudadano para experimentos financieros que han ocasionado la ruina de millones de familias. Y ello se resuelve con la profesionalización responsable de sus dirigentes, que nunca debieron de abandonar determinados códigos morales internos de permanencia secular o de haber sido sustituidos por advenedizos sin escrúpulos ni formación.
¿Qué pasará cuando el gasto público agote sus posibilidades en el mismo sector que ha contribuido a la crisis si no se ha estimulado y desarrollado una nueva ruta para la economía española? Por nuestras especiales características es innegable que deberíamos insistir de nuevo en tres sectores: Servicios de turismo y servicios, mucho más competitivos por calidad y precio. Agricultura más tecnificada con la revisión del papel que ha tenido la intermediación en su ruina, falta de competitividad y eficacia (Hay quien se salta los principios básicos del neoliberalismo en el sostenimiento de las entidades financieras y cuando éstas se niegan a cumplir su función no pasa nada, en tanto no se interviene ante una aberración del mercado, para sostener un sector, el agrario, que podría seguir siendo el motor de nuestra reconversión). Por último, España necesita apuntarse aunque tarde a la ruta de la innovación y las tecnologías, desarrollando nuevos espacios productivos en biotecnología, biomedicina y energías alternativas derivadas de nuestro potencial ambiental y nuestra capacidad productiva agraria.