Editorial de Junio de 2013
A diferencia de otros veranos en los que ya las temperaturas altas del ambiente parecían calentar los ánimos con ese aire lúdico y juguetón que anunciaba la bajada al mar, los chapuzones en la piscina o las cervecitas frescas al aire salobre de los chiringuitos, constatamos que este verano que comienza nos cubre a todos con una nube de pesimismo que ennegrece el horizonte. Rara es la familia donde no ha llegado el peso de la crisis, la tormenta del paro, la emigración de unos jóvenes y, en especial, el diluvio incontenible de la corrupción que no deja indiferente ni al ser más apacible. Es tal su magnitud que enfada e inquieta al más pacifico de los seres humanos al contemplar cómo un país que remontaba con esfuerzo una dictadura, una crisis empresarial, unos años en los que aún pesaba la triste historia de enfrentamientos imposibles de olvidar por muchos de aquellos supervivientes a los que un guerra fratricida había enseñado que para el hombre no hay peor enemigo que otro hombre.
Como decía, no hay alegría en este principio de verano. El país vive bajo el agravio de haber sido robado, traicionado y expoliado por aquellos en los que pusimos la confianza. Nuestros votos sirvieron de refrendo para que muchos políticos bien pagados se consideraran con la potestad de administrar el dinero de todos en beneficio propio o del partido al que pertenecían y, lentamente, esquilmaban unos recursos de todo punto necesarios para el buen funcionamiento del país. España era suya. Llenaban de palabrería y sonrisas las pantallas doctrinarias de las televisiones. Discutían de lo divino y humano en posesión de la verdad, regalaban estado de bienestar, mientras, como en un juego de magia macabro, sacaban de las cuentas de todos, los pequeños beneficios acumulados en años de trabajo y cotización. Acabaron con los fondos que tenían a mano, y como aves rapaces iban atrapando carreteras, ferrocarriles, universidades, becas, industrias de propiedad pública, campos, ciudades. Hasta parques naturales. Nada escapaba a sus garras poderosas, y en tantas idas y venidas, y en tantos vuelos rasantes descubrieron joyas de valor incalculable: las preciadas Cajas de Ahorro y Montes de Piedad. Ellos no tuvieron piedad a la hora de asentarse en sus consejos de administración, a la hora de auto otorgarse préstamos millonarios que nunca iban a ser devueltos, de beneficiarse de viajes y prebendas sin fin y rematar hasta el apuntillamiento a unas entidades bancarias modelo mundial de empresas bien gestionadas que devolvían a la sociedad, en forma de prestaciones admirables, gran parte de los beneficios obtenidos.
Hoy, la sociedad es pobre, muy pobre, y lágrimas de rabia ruedan de miles de ojos que ven cómo la ruina camina a lomos de algunos que no solo han asolado nuestros erarios públicos sino que nos han desmoralizado ante la evidencia de que esta España nuestra ha perdido la honradez, la moral y todos los valores que dan sentido a la auténtica Humanidad.