¿Diputado por Granada? no, por mi partido

Publicado en Ideal el 15/04/2007.

José Ramón Jiménez Cuesta. Universidad de Granada, Miembro de Ciudadanos por Granada.

Una de las limitaciones que percibimos los ciudadanos sobre nuestra democracia es que, realmente, es una partidocracia en la que los partidos políticos ejecutan sus programas y eligen a sus candidatos sin tener en cuenta la opinión, si quiera, de sus militantes. Basta ver cómo se realizó la propuesta para suceder a Aznar al frente del PP, la elección reciente de los miembros de las listas de concejales en diferentes ciudades (pensemos en el concejal García Royo), la propuesta del actual candidato socialista a la alcaldía de Madrid o cómo el PSOE abandonó el sistema de primarias, muy utilizado en otros países de mayor tradición democrática, después de la victoria de Borrel en contra de la opinión del Comité Federal. Los grandes partidos ahogan nuestros cauces de comunicación, manipulan y controlan las asociaciones de vecinos, crean ONGs vinculadas a ellos, o, por ejemplo, intentan ‘velar’ por los procesos electorales universitarios.

Este fenómeno se va acentuando tanto que incluso los líderes de los partidos van eliminando la más mínima oposición interna. Cuando vemos lo que sucede en nuestro país, algunos sentimos cierta envidia sana de lo que a veces ocurre en las cámaras de EE UU y en el Parlamento británico. A pesar de que ambos países manifiestan una fuerte actitud imperialista y se encuentren ahora gobernados por líderes que esperemos pasen pronto a la historia más profunda, son democracias más antiguas que pueden darnos todavía ejemplos estimulantes, como la oposición de más de 100 diputados laboristas a la decisión de Blair, líder del partido laborista, de invadir Irak. En EE UU, hace meses se aprobó, propuesto por George Bush, el Tratado de Libre Comercio con Centroamérica. En dicha votación, un grupo de parlamentarios republicanos votó contra la propuesta de su presidente del mismo partido, que salió adelante porque un grupo de demócratas rompió la disciplina de voto y pensaron que el tratado era favorable a su país. ¿Se imaginan al presidente Zapatero sacando adelante una ley gracias a los votos de una parte de los diputados del PP porque creen que dicha ley beneficie a España, mientras que algunos diputados de su partido votan en contra? No, difícilmente nos lo imaginamos. Se puede alegar que los congresistas y senadores americanos están muy influenciados por determinados lobbies, pero dichos lobbies la mayoría de las veces son transparentes y conocidos por los ciudadanos cuando votan, cuestión que no ocurre en nuestro país. Además, dicha influencia puede ser legítima y útil para la sociedad y no invalida el hecho de que los representantes no obedezcan únicamente a las directrices de los partidos.

En la política local estas cuestiones son de extraordinaria importancia. En las elecciones generales, los diputados se presentan bajo unas siglas pero también, y no hay que olvidarlo, por una provincia. Los grandes partidos claman, gritan y patalean cuando en su seno aparece un tránsfuga, pero no dicen nada cuando sus diputados provinciales no cumplen las promesas hechas a la circunscripción que los votó. ¿Acaso no es transfuguismo con nuestra provincia, no llegar en el 2008 a Granada desde Madrid en el AVE de doble vía como nos prometieron algunos diputados del PSOE?, o, ¿no es también transfuguismo provincial la incumplida promesa de Andrés Ollero de finalizar la inacabada autovía de Granada a Motril en diciembre de 2001?. Sí, son claros ejemplos de transfuguismo con nuestra ciudad y provincia, pero manda el partido y, la ciudad y la provincia son conceptos sacrificables si el partido así lo requiere.

Cuando un partido está en minoría en el Gobierno Central, en torno al mes de septiembre, comienza un clásico ritual: el Gobierno inicia sus contactos con los partidos minoritarios para sacar adelante un poderoso instrumento de transformación de un país, los Presupuesto Generales del Estado. Los granadinos asistimos impotentes al espectáculo que supone ver las caras de alegría de los representantes del PNV y Esquerra Republica en la actualidad, o de CiU en la primera legislatura de Aznar, sabiendo que del listado de obras y demandas que llevan escritas algunas deberán ser satisfechas por el Gobierno Central si quiere sacar adelante dichos presupuestos. ¿Qué envidia!, ¿qué poder tan inmenso tienen los 7 diputados del PNV! Pero, ¿se imaginan que en dichas reuniones aparecieran alguna vez los 7 diputados de la provincia de Granada con algunas de las justas demandas reclamadas por los habitantes de su provincia? No, tampoco hay necesidad de imaginárselo, no aparecerán. La circunscripción que los eligió es simplemente un lugar, un sitio en el que presentarse para ser político, no es algo por lo que haya que trabajar, sufrir y reivindicar. No ocurrirá como en EE UU, donde en determinadas ocasiones un senador de un Estado ha tumbado una propuesta del presidente porque perjudicaba a dicho Estado o incumplía alguna promesa electoral por la que salió elegido.

Realmente, nos queda mucho tiempo hasta que veamos que nuestros diputados provinciales alcancen dicha madurez y que a los partidos les preocupe algo más que el transfuguismo político; pero, mientras tanto, es bueno que los ciudadanos incorporemos el transfuguismo provincial de los partidos como un criterio a la hora de votar en cualquier elección en la que se decida el futuro de nuestra ciudad y provincia.

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