José García Román
Ideal, 19-03-2013
Se van a devolver dietas que camuflaban sueldos oficiales. El asunto de Caja de Navarra golpea la conciencia social al asomarse de nuevo la sombra de los privilegios, amigos de “sembrar en surcos de injusticia”. No son pocas las denuncias por enriquecimiento,
ingresos dinerarios, blindajes injustificados, incremento de patrimonio y cesantías, que agreden el corazón del mejor ser humano. La tentación nos acosa a todos, como el engaño. El hecho es que la desilusión brilla hoy con fuerza, y la desesperación está presente en la calle, inquieta y abatida, que siente la opresión de las sombras de la falsedad. No basta con sentir vergüenza o pedir perdón por ganar mucho dinero. Lo que importa es rechazarlo o devolverlo si el sonrojo de la dignidad acude al rostro. Eso es
ética; lo otro, impostura.
No podía caer en la tentación de titular este artículo con el verso que más me atraía: “A las armas, ciudadanos”; pero unas armas de razón, sin guillotinas, que ya sabemos sus consecuencias (que se lo pregunten a Robespierre, si puede responder). ‘El genio de una
noche’, fascinante relato de Zweig, cuyo protagonista es el himno ‘La Marsellesa’ compuesto por el capitán Rouget, enciende pasiones, más allá de la letra revolucionaria.
Lástima que no podamos cantar en España un himno que haga vibrar el alma de los españoles e invite a la unión, en una democracia transparente. Formar batallones éticos contra la corrupción y quienes la propician, en defensa de los valores y la ciudadanía
que no quiere que se desangre su patria, es obligación ineludible. La grandeza sólo se protege con ejemplos, no con palabras.
Hay ciudadanos que, cansados de un sistema político que fomenta sorderas y distancias al amparo de una detestable prepotencia, reclaman el derecho a reencontrarse mediante una reforma, pues consideran que se está destruyendo aquella ilusión de la transición,
hoy violentada por algunas leyes que han abierto el campo del enriquecimiento brutal, sin contemplar que se devuelva lo robado. La crisis económica ha ahondado en la herida, haciendo más patente que la estructura política se ha apoderado de nuestra democracia, poniéndola a su servicio. Son miles los artículos y libros escritos por expertos que analizan en profundidad esta cuestión. Por ello, tantos ciudadanos piensan que la situación ha tocado fondo y no se sienten representados, al considerar que parte de la democracia ha quebrado.
La política no debe convertirse en una lucha entre partidos ni admitir que se le adhiera la palabra ‘clase’, con lo que implica de privilegio y aforamiento, y falta de respeto a la ciudadanía. El desgastado sistema electoral y nuestra democracia ajada exigen un
cambio que posibilite la generación de entusiasmos, alentando a quienes podrían ser líderes inteligentes, desde la sencillez y el servicio, con capacidad de trabajo e ilusión, sin nepotismos ni ansias de enriquecimiento.
Francisco Rubiales en su ‘Voto en blanco’ habla de la política como “vida bien pagada y cargada de privilegios”. Cada vez es más clara la percepción de unos partidos ultrapoderosos, con excesivo control de lo civil, y una ley electoral que rinde culto a la partitocracia, dejando en segundo plano a los ciudadanos, al mismo tiempo que se niega con hechos la independencia de poderes, para escarnio de la justicia. Si la democracia es el gobierno del pueblo, y la partitocracia el gobierno de los partidos, ya tenemos la clave de lo que está ocurriendo: excesivo poder y control político.
Es innegable que gran parte de la ciudadanía, agobiada por la desafección y la desconfianza, exige que el timón de su nave sea llevado de otra forma, participando más directamente, impidiendo que la política sea una clase, una profesión, un lugar para jubilarse, un medio para ocupar puestos (algunas veces sin preparación adecuada), postergando valores e hipotecando propiedades exclusivas del pueblo soberano.
Creo que es hora de reformas políticas, de arriba a bajo, que impidan recortes de anhelos, eliminen distancias y ‘nichos’ a perpetuidad, y defiendan los derechos de un pueblo representado en unas Cortes, ‘abiertas’ y atentas al pulso de la ciudadanía.
“El día de gloria ha llegado”; un día que trae el eco de las palabras de aquel alcalde de Madrid, don Joaquín Vizcaíno, en el tiempo oscuro y de incuria de 1834, que dijo: “Dichosos los seres que por sus talentos, sus méritos y virtudes hacen imposible el olvido”. Una frase que deshace famas y honores injustificados, y relativiza discursos hueros y banales.
Hacemos una advertencia al mismo tiempo que una aclaración sobre este artículo y es que fue publicado en Ideal el 19 de marzo de 2013. Gracias.