El Cuarto Real de Santo Domingo

A modo de recordatorio.

En el año 1990, tras la compra del Cuarto Real de Santo Domingo a su antiguo propietario D. Javier Dávila Ponce de León, el Ayuntamiento de Granada encargó a los técnicos de la Escuela de Estudios Árabes del CSIC la redacción Plan Especial del Cuarto Real que fue redactado y aprobado en 1991. E una primera propuesta contenida en dicho Plan se contemplaba la demolición del edificio adosado por el lateral oeste de la qubba y se posponía una decisión respecto al resto del edificio moderno para  después de haberlo estudiado a fondo. En el informe redactado tras las excavaciones e investigaciones realizadas en 1995, también por encargo del Ayuntamiento a la escuela de Estudios Árabes se proponía la demolición de este edificio por su escaso valor, su mala calidad constructiva y la incompatibilidad de conservarlo y recuperar del jardín medieval, perfectamente localizado, Este informe fue aprobado inicialmente por la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico que acordó que se presentara el oportuno proyecto para su tramitación y aprobación. Tras una serie de vicisitudes, el Ayuntamiento tomó por fin, en el año 2000, la decisión de llevar adelante este plan aunque en ese momento y de forma sorpresiva, el entonces Director General de Bienes Culturales, D. Julián Martínez realizó unas declaraciones a la prensa decidiendo que el edificio moderno debía ser conservado, antes de conocerlo siquiera. A partir de ese momento, la dirección General movilizó cuantos argumentos pudo para mantener la postura expresada a la prensa antes que entrar a discutir sobre el auténtico interés de dicho edificio. Entre sus maniobras figura el solicitar al Prof Javier Rivera, a la sazón catedrático de la Escuela de Arquitectura de Valladolid, un informe cuya lectura con un conocimiento verdadero del edificio produce sonrojo por algunas de las opiniones vertidas en él. Ese informe dio pié a otro elaborado por técnicos del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico según el cual debía conservarse el edificio en su estado actual.

El edificio construido junto a la qubba nazarí conocida como Cuarto Real es el fruto del cambio radical que, como en tantos otros casos, supuso la desamortización de las propiedades vinculadas al convento de Santa Cruz la Real y que trajo consigo al alteración de uso y de una continuidad en la conservación del monumento. La huerta de la Almanjarra Mayor, salvo las limitadas zonas edificadas o segregadas,  se puede decir que apenas cambió desde el siglo XIII hasta el XIX. La qubba que presidía el jardín y que debió constituir casi el único elemento arquitectónico de importancia en esta propiedad de los reyes nazaríes, se mantuvo, por lo que sabemos, prácticamente íntegra, al menos en la esencia de su concepto. Seguramente convertida en capilla o iglesia mientras se construía el templo del nuevo convento, debió conservar tal uso después de la culminación de aquél, manteniéndose como un lugar de retiro y oración en medio de las huertas, función que no constituía en sí una gran diferencia respecto a su primitiva razón de ser, pero que sobre todo no exigía cambios respecto al uso y forma primitivos. Todo esto parece estar confirmado por la escasa documentación gráfica de que disponemos, fundamentalmente el grabado de Girault de Prangey.

El paso a manos privadas de la antigua propiedad real nazarí supuso una alteración radical para la qubba y el jardín. Como en tantas otras ocasiones, la Desamortización trajo nefastas consecuencias para el Patrimonio Histórico. Casi en ninguna ocasión hubo atisbos de amor al Patrimonio en quienes adquirieron los bienes desamortizados sino el simple uso utilitario y la obtención del mayor provecho de los mismos. Si la qubba se salvó fue seguramente porque no tenía mayor aprovechamiento su demolición, pero sin respetar sus originales valores, se la convirtió en una simple sala de una residencia burguesa alterando todas las relaciones con su entorno. El nuevo edificio, levantado como residencia familiar, no obedecía a ningún estilo particular sino que seguía los modelos eclécticos que circulaban en álbumes de arquitectura adaptados por maestros de obra locales de escasa pericia y gusto. El edificio construido junto a la qubba no puede ser considerado como obra arquitectónica de calidad. A la precariedad constructiva inicial (forjados de rollizos, muros de piedra y ladrillo para revocar, decoración fingida de escayola, etc.) se une un pobre diseño arquitectónico del que por otro lado tampoco sabemos mucho pues no debe olvidarse que el edificio fue ampliamente remodelado, por lo menos entre los años diez y treinta del siglo XX, alterando parte de su exterior y muchas zonas internas. La pieza quizás con más pretensiones, el vestíbulo, que pasó a ser antesala del salón en que quedó convertida la qubba, tiene como mayor mérito la disposición de dos columnas de mármol para sostener el forjado del piso superior y hacer más diáfano el espacio. Estas piezas están mal proporcionadas y tuvieron que ser suplementadas con un tosco plinto para alcanzar la altura requerida. De este vestíbulo arranca la escalera, sin ninguna gracia especial, que se ilumina mediante una linterna octogonal cuyo único mérito es rivalizar y superar torpemente en el exterior con el volumen del cuerpo superior de la qubba. Poco más merece destacar del edificio salvo algunos detalles decorativos en el llamado estilo “remordimiento español” triste “revival” de temas ornamentales del mobiliario renacentista, del que la mejor expresión, la capilla, ha sido demolida sin ninguna oposición por parte de la Comisión Provincial de Patrimonio.

Pero lo peor de todo es que el edificio rompió de manera drástica la interrelación entre la qubba y el jardín hasta el punto que desde ningún lugar de éste puede hoy llegar a vislumbrarse la existencia de aquella. Este aspecto ya no interesaba a los nuevos propietarios para los que el único provecho que vieron en esta pieza arquitectónica era utilizarla como salón al que podía otorgarse un cierto exotismo, aprovechando la moda imperante. De este modo se ahorraron tener que hacer uno neoárabe como era al uso, aunque no evitaron dotar a este original de numerosos detalle y aditamentos de ese estilo. No interesó la esencia del espacio y de la arquitectura. Se cegaron las alhanías incomunicándolas hacia el salón, y fueron convertidas en espacios residuales unificándolas por detrás del cerramiento y causando la rotura de todo el sistema estructural. Cuando se quiso remedar estos males se hizo con torpeza, añadiendo pilares y refuerzos mal concebidos. Se le agregaron grotescos elementos de carpintería seudoárabe y cuando en los años diez (según revela la correspondencia entre los Gómez-Moreno padre e hijo) se quiso restaurar de nuevo el espacio se hicieron auténticas barbaridades como cortar los alizares de las alhanías que aun conservaban el pavimento primitivo para colocar un ridículo aplacado de mármol. El nulo interés que despertó en los nuevos propietarios la disposición primitiva viene confirmado por la destrucción de la alberca que quedó dividida en dos por el muro de la fachada de la nueva construcción. Esta intervención contrasta con la realizada en el Alcázar Genil, en donde los añadidos fueron mucho más respetuosos, y sin aportar ningún valor sustancial al monumento, al menos tampoco le privaron de su esencia primordial, pro lo que su conservación no ha supuesto ningún conflicto.

El jardín fue igualmente transformado unificando toda la zona occidental con un diseño pobre que quizás en buena parte sea también fruto de la reforma de los años treinta, a juzgar por la edad atribuible a muchos de los árboles. Es cierto que los jardines siempre tienen una escapatoria a las torpezas del diseño porque finalmente las plantas nunca las crea ni las modela del todo el jardinero sino la Naturaleza. Pero ello no nos debe impedir el analizar de forma crítica sus posibles aciertos o torpezas. Poco hay en éste de lo primero y sin duda lo más notable no es atribuible a la realización del XIX sino al jardín de los frailes, pues la bóveda de laureles que allí había ya aparece representada en el grabado de Girault de Prangey. Debido al abandono de los últimos años tuvo que ser drásticamente podada y hoy ha perdido todo su encanto y el excesivo y descontrolado crecimiento de las plantas hace desaconsejable su reutilización. Bien es cierto que nada impediría su reconstrucción en otro área de la huerta.

Con todo, queremos insistir en que lo más grave fue la interposición del vestíbulo entre la qubba y el jardín. Desde ésta ya no se siente la existencia de aquél. Se destruyó el pórtico y la alberca y la sala perdió su fuente natural de iluminación a través de la puerta y del reflejo en el agua y el pavimento del pórtico. En una palabra, desapareció el concepto del espacio, su sentido y su simbolismo.

¿De que sirve una restauración de las yeserías, los alicatados y la armadura si aquello para lo que fueron creadas, la conformación de un espacio, no se recupera en todo su valor pudiéndolo hacer? Una acción limitada de este modo supone convertir una obra arquitectónica en una mera pieza de museo, algo que contradice la propia esencia de la arquitectura, que se crea para ser vivida, no para ser observada como un mero objeto.

Por todo ello parece obvio que los escasos, por no decir nulos, valores del edificio decimonónico, que en su aspecto actual más hay que considerarlo de los años treinta de la pasada centuria, no deben anteponerse a la recuperación máxima posible de un conjunto de arquitectura y jardinería que solo se entiende y justifica con la recuperación de su totalidad. Y debemos además insistir en la singularidad de este edificio dentro de lo que fue la arquitectura andalusí al haber desaparecido la casi totalidad de sus congéneres o haberse destruido el entorno de algún otro ejemplo subsistente como es el caso del Alcázar Genil.

El monumento declarado Bien de Interés Cultural en 1919 es única y exclusivamente la qubba como se expresa con claridad en la Real Orden por la que se declaró Monumento Histórico y no parece lógico hacer prevalecer unos inexistentes valores de un edificio sin protección específica singular sobre los de otro especialmente protegido. El tema cobra un cariz de auténtico sarcasmo al contemplar como la Comisión Provincial de Patrimonio acabó aprobando un proyecto de rehabilitación de este inmueble que suponía su total vaciamiento interno, conservando sólo sus fachadas con lo que desaparecía todo vestigio del edificio decimonónico. A ello se unía la porpuesta de construcción de una extraña rampa de madera y un núcleo de ascensores situados junto a la muralla al este de la qubba para entrar en la huerta cabalgando sobre aquella, para crear un nuevo e inútil acceso al jardín, absolutamente antihistórico, a escasos cien metros del que ha funcionado al menos en los últimos ciento cincuenta años.

Esta propuesta, o cualquiera en el mismo sentido, comportará además la imposibilidad de recuperar el jardín medieval pues la primitiva alberca está situada justo debajo de la puerta del edificio moderno y a un nivel sensiblemente más bajo. El estado actual del jardín moderno, en la práctica casi totalmente destruido tras los años de abandono, obligaría a su reconstrucción si aportar ningún valor excepcional y con un costo semejante a la reconstrucción del jardín primitivo. Por otra parte, la conservación de una parte sustancial del mismo en la zona de acceso, es perfectamente compatible con la recuperación del jardín medieval, pudiendo quedar ambos como muestra del devenir histórico del monumento.

Las soluciones

Plantear que conservar el edificio resultará menos costoso que su demolición resulta una falacia que no resiste la más mínima crítica. La auditoría técnica de la construcción encargada a empresa especializada por EMUVISA corroboró la mala calidad de la misma, algunos de cuyos forjados se han hundido y parte de cuya cubierta hubo que descargar de la teja sustituyéndola por chapa metálica para evitar el colapso de la estructura de madera. No puede defenderse que cueste menos rehabilitar 840 m2 de construcción deficiente de la que sólo se podrán utilizar, y con reservas, los muros y en la que habrá que sustituir todos los elementos estructurales además de dotarla de instalaciones carpinterías y acabados, que demoler la mayor parte del mismo y rehabilitar una mínima parte de 160 m2 como pórtico y pabellones auxiliares para aseos, almacén y sala de explicación del mismo y dependencia para usos protocolarios del monumento por parte del Ayuntamiento.

Tampoco tiene ninguna verosimilitud que se plantee el peligro que podría comportar para la qubba la eliminación del edificio decimonónico pues podría estar sujetándolo. En la actualidad, y tras la restauración de la qubba, se independizaron ambas estructuras, rasgando incluso en la planta alta los muros que acometían a ella para dejarla aislada, pues las obras y estructuras realizadas en el siglo XIX sólo le han traído problemas al monumento, que tras recuperar su forma primitiva funciona estructuralmente de manera más coherente. Especialmente nefasta fue la forma de la cubierta que vierte aguas contra el cuerpo de la linterna sin que hasta ahora se haya podido resolver definitivamente ese problema que sigue causando daños por la mala solución que se adoptó y por la falta de mantenimiento.

El único problema que se plantea con la eliminación del edificio decimonónico es la recuperación del elemento que hacía originalmente de enlace entre la qubba y el jardín: el pórtico. En la forma en que aparece en la iconografía histórica puede tratarse de una reconstrucción realizada por los dominicos  como ya indicó en su momento Gómez Moreno. Además, tampoco disponemos de detalles sobre su forma y disposición. Por ello nuestra propuesta pretendía rehacer este elemento de la forma más simple posible, de modo que sirviera solo de evocación de lo que pudo allí haber, pero sin pretender configurarlo con los detalles ornamentales que sin duda tuvo. Pero eso sí, recuperando las funciones originales de proteger la entrada a la qubba y servir de elemento de transición entre ésta y el jardín. Se planteaba por tanto un simple pórtico con cuatro pilares de ladrillo y cinco arcos, algo mayor el central. Esta disposición, que insistimos, es la forma más simple que puede darse a un elemento de este tipo, recuerda la composición clásica de los pórticos andalusíes que al menos desde el siglo XII y hasta el final de la época nazarí, adoptan tal carácter. Pero la ausencia de cualquier tipo de decoración, que siempre ha acompañado a estas formas arquitectónicas, impide cualquier confusión en cuanto a su cronología. Esta solución se inspira en las adoptadas por Torres Balbás, como por ejemplo en Daralhorra o en la casa del Chapiz, cuando recurre a la recuperación de las formas arquitectónicas esenciales para hacer comprensible y utilizable el espacio original, pero privándolas de cualquier elemento decorativo que pueda introducir confusión. Nos parece que dada la entidad de la parte conservada resulta más apropiado acudir a una solución inspirada en una interpretación filológica perfectamente diferenciable que en un contraste diacrónico por materiales o formas cuyos efectos estéticos resultarían sin duda más discutibles.

No obstante, se han barajado distintas propuestas que nunca ha siso posible discutir ni con técnicos del Ayuntamiento ni con los de la Consejería de Cultura. Se adjuntan como parte de la documentación gráfica incluida en este informe, para una posible discusión.

Los técnicos de la Escuela de Estudios Árabes han mantenido en todo momento una postura de discreción y colaboración institucional, evitando entrar en polémicas, muchas veces planteadas desde la ignorancia, que generalmente no conducen a nada. Se han mantenido como meros espectadores ya que prácticamente desde el año 2000 el Ayuntamiento cortó todo diálogo con ellos en lo que respecta a la discusión y búsqueda de soluciones adecuadas para el monumento.

Tras la culminación de las obras de restauración de la qubba en 2004, sólo han insistido de manera discreta en que se abriera el monumento al público, primero por el bien del propio edificio, para que se oree y se vigile, segundo por el derecho de los ciudadanos a disfrutar de un bien público que estaba ya en condiciones de ser visitado, y en tercer lugar, para que los propios ciudadanos puedan opinar con conocimiento de causa sobre estos temas. Ha costado dos años que les hicieran caso, aunque hoy afortunadamente el monumento puede finalmente visitarse.

Su postura sigue siendo la de una franca colaboración, entre otras cosas porque nadie ha denunciado explícitamente la caducidad de los convenios por los que el Ayuntamiento les encomendó la restauración del Cuarto Real de Santo Domingo, que no se limita sólo a la qubba. Esto quiere decir que siguen con atención cuanto sucede o se comenta, y que en todo caso no renuncian a su responsabilidad que como ciudadanos y como funcionarios públicos les corresponde y que por tanto están dispuestos a hacer cuanto sea necesario para salvaguardar los valores de un monumento de la importancia del Cuarto Real de Santo Domingo.

Antonio Almagro y Antonio Orihuela, Escuela de Estudios Árabes. CSIC Granada.

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