Bajo el dominio de Leviatán

Publicado en Ideal el 13/05/2007.

José García Román.

Volcanes con lava de pelotazos increíbles asolan España, que está haciendo el ridículo en Europa y en el mundo, alineada con los países más bananeros, de la mordida, de los enriquecimientos brutales, como si hubiera llegado a la conclusión de que no hay nada como apuntarse a la prosperidad y a las relaciones sociales, aunque sea a costa de quemar gran parte del barco de nuestra vida, de dejar a un lado la bagatela del espíritu, o destruir el medio ambiente y los recursos naturales. Ya se aspira a recalificar hasta las macetas con tal de obtener plusvalías. Me pregunto con Soledad Gallego «dónde están los alcaldes y urbanistas que en los ochenta pregonaron un urbanismo comprometido». El periódico El Mundo ha denunciado un pelotazo conseguido en sólo unas horas: las que mediaron entre la entrada y salida de la notaría. Cuesta creerlo.

Hace unos días se ha dicho que la ‘orgía del ladrillo’ ha conseguido en España que en quince años se incremente el precio de la vivienda un 160%. La fiebre del oro de barro cocido ha destruido el tejido de solidaridad y los principios básicos de convivencia, organizando un vejatorio sistema de control y una degradante sumisión al ‘poderoso caballero’, y poniendo firme a valores fundamentales de nuestra sociedad como la ética y la libertad. Javier Caraballo ha comentado el resultado de la encuesta realizada por el Instituto de Empresa y la consultoría Gavin Anderson & Company, que al preguntar a los constructores españoles si creen que su propio negocio es corrupto, tres de cada cuatro ha dicho que sí. Por si había duda, los abogados han manifestado unánimemente en la citada encuesta que «el sector inmobiliario es uno de los más corruptos de España».

Un nuevo ‘Carlos III’ ha inventado una lotería que toca cuantas veces nos lo propongamos. Algo deberían decirnos los que pueden impedir que esto suceda, que se consientan fortunas que son un atentado al buen gusto en una España en la que supuestamente todos somos iguales ante la ley, aunque unos estén en habitaciones de cuatro o cinco camas y otros en clínicas de lujo, desde donde se contempla solidariamente la Seguridad Social de los demás. El juez Miguel Ángel del Arco en su ‘auto’ de Armilla ha escrito: «Un Leviatán de hierro y cemento en plena Vega se reconduce a la Administración de Justicia». Un Leviatán que ha ido emergiendo del mar de una tierra fértil, día a día, pilar a pilar, y que nadie lo ha visto crecer hasta que se ha hecho adulto con forma de monstruo. El alcalde de esta población ha manifestado que ve imposible la demolición del centro comercial en litigio, diciendo a un periodista: «No creo que eso pueda suceder nunca». Ahí está la clave.

Hay alarma social, a pesar de las sordinas, y aunque no se levante la gente, como ciertos ‘demócratas’ en Francia contra Sarkozy. De igual modo que existe cansancio y pérdida de fe en la democracia, por mucha sonrisa que se exhiba a la salida de los juzgados o ante las cámaras de las televisiones. Y se está exigiendo y suplicando un remedio ante tanta impostura y mentira escenificadas en presencia de la Justicia, a la que se le ha perdido el respeto y el miedo.

Nadie de corazón honrado puede poner en duda que nos gobierna un Leviatán que se burla de la Justicia, compra libertades y amenaza con el ventilador, mientras se silencian irregularidades -analícense las páginas de los periódicos, lo que unos cuentan y otros callan-. Un Leviatán que propone adorar a todos los becerros de oro y que nos dice que el dinero sucio o limpio es nuestro Estado, nuestra Patria o nuestra Nación -escoja usted el término que más le guste-, en cuyos puertos de placer hay barcos atracados esperando que acabe la diversión, mientras hay gente a la que le arde los sesos en guaridas de miseria. Es hora de que nos expliquen las causas por las que se ha podido conculcar la ética y la moral y por qué se está chantajeando a la sociedad de una manera tan vil; que se nos aclare por qué se han politizado tantas instituciones, frecuentemente usadas para promoción personal, y por qué hay caras tan tristes en el mundo de la economía, cuando se alardea de beneficios, de superejercicios, con repartos de dividendos nada baladíes. Y, ya puestos, que se nos diga en qué quedó aquello de un mundo más solidario y menos mentiroso. ¿Es que ha llegado el «ahora-me-toca-a-mí»?

A una gran mayoría nos gustaría que nos tocara la lotería todas las semanas; pero la del bombo, no la otra: la que le ha sonreído ocho veces en seis meses a un procesado por el asunto marbellí, según ha tenido la desfachatez de decir ante la Justicia. La Feria no se vive lo mismo a caballo que a pie, en la caseta de lujo que en la que se bebe toda clase de pirriaque. Es el momento de que se liquide toda esta subcultura o infracultura que habla de caverna y tiempos cuaternarios.

Un nuevo Leviatán acompañado de mercenarios nos dice que podemos amasar fortunas en una sociedad de grandes diferencias, como es la nuestra, que en parte vive hipotecada hasta los huesos, humillada en sus anhelos o resguardada en tugurios con cubiertas de chapa conseguidas en los desechos de una democracia como dictadura económica. Sólo nos puede librar de él la Justicia, que debe llamar la atención a la Política, exigirle coherencia y actuaciones acordes con sus fines más solidarios, que no sean causa de sonrojo a una sociedad falta de amaneceres de ‘verdad’ y sobrada de ocasos de oropeles, exhibiciones y teatro, de páginas y tribunas de autobombo y vanidad. Una Justicia que obligue desde el primero al último a someterse a las leyes, que vigile la ventanilla de Hacienda, y que impida tantos abusos, extorsiones y corrupción. En vuestras manos está gran parte de esta batalla, señores políticos y jueces.

Gustave Doré, en su grabado de 1865, representa a Dios destruyendo a Leviatán, un monstruo marino. Soñamos con Isaías que en un día no muy lejano se castigue con espada grande y de gran alcance a Leviatán: el demonio de nuestro tiempo, que pretende convertir en ‘estado natural’ lo que pertenece a la caverna, al caos, al tiempo en el que, en palabras de Hobbes, «la vida del hombre era solitaria, pobre, malévola, bruta y corta».

Vivimos situaciones como si la ley no se pronunciase y hubiese un espacio de libertinaje para conculcarla a placer, y así vamos de sorpresa en sorpresa, de abuso en abuso, de detención en detención, de asombro en asombro. Gran parte de la sociedad vive encandilada con representaciones que ni le van ni le vienen, y sin embargo descuida su interior que sufre el vacío más sombrío, teniendo patios y plazas de su ciudad más íntima que cuidar y perfumar. Ha regresado el becerro de oro. Es atractivo el señuelo de la sonrisa de Leviatán, del señor de la corrupción, cuyo aliento nos recuerda que estamos necesitados de «pabellones para abrigar al honrado».

José García Román                                                                                              Ideal, 13-05-2007

VOLCANES con lava de pelotazos increíbles asolan España, que está haciendo el ridículo en Europa y en el mundo, alineada con los países más bananeros, de la mordida, de los enriquecimientos brutales, como si hubiera llegado a la conclusión de que no hay nada como apuntarse a la prosperidad y a las relaciones sociales, aunque sea a costa de quemar gran parte del barco de nuestra vida, de dejar a un lado la bagatela del espíritu, o destruir el medio ambiente y los recursos naturales. Ya se aspira a recalificar hasta las macetas con tal de obtener plusvalías. Me pregunto con Soledad Gallego «dónde están los alcaldes y urbanistas que en los ochenta pregonaron un urbanismo comprometido». El periódico El Mundo ha denunciado un pelotazo conseguido en sólo unas horas: las que mediaron entre la entrada y salida de la notaría. Cuesta creerlo.

Hace unos días se ha dicho que la ‘orgía del ladrillo’ ha conseguido en España que en quince años se incremente el precio de la vivienda un 160%. La fiebre del oro de barro cocido ha destruido el tejido de solidaridad y los principios básicos de convivencia, organizando un vejatorio sistema de control y una degradante sumisión al ‘poderoso caballero’, y poniendo firme a valores fundamentales de nuestra sociedad como la ética y la libertad. Javier Caraballo ha comentado el resultado de la encuesta realizada por el Instituto de Empresa y la consultoría Gavin Anderson & Company, que al preguntar a los constructores españoles si creen que su propio negocio es corrupto, tres de cada cuatro ha dicho que sí. Por si había duda, los abogados han manifestado unánimemente en la citada encuesta que «el sector inmobiliario es uno de los más corruptos de España».

Un nuevo ‘Carlos III’ ha inventado una lotería que toca cuantas veces nos lo propongamos. Algo deberían decirnos los que pueden impedir que esto suceda, que se consientan fortunas que son un atentado al buen gusto en una España en la que supuestamente todos somos iguales ante la ley, aunque unos estén en habitaciones de cuatro o cinco camas y otros en clínicas de lujo, desde donde se contempla solidariamente la Seguridad Social de los demás. El juez Miguel Ángel del Arco en su ‘auto’ de Armilla ha escrito: «Un Leviatán de hierro y cemento en plena Vega se reconduce a la Administración de Justicia». Un Leviatán que ha ido emergiendo del mar de una tierra fértil, día a día, pilar a pilar, y que nadie lo ha visto crecer hasta que se ha hecho adulto con forma de monstruo. El alcalde de esta población ha manifestado que ve imposible la demolición del centro comercial en litigio, diciendo a un periodista: «No creo que eso pueda suceder nunca». Ahí está la clave.

Hay alarma social, a pesar de las sordinas, y aunque no se levante la gente, como ciertos ‘demócratas’ en Francia contra Sarkozy. De igual modo que existe cansancio y pérdida de fe en la democracia, por mucha sonrisa que se exhiba a la salida de los juzgados o ante las cámaras de las televisiones. Y se está exigiendo y suplicando un remedio ante tanta impostura y mentira escenificadas en presencia de la Justicia, a la que se le ha perdido el respeto y el miedo.

Nadie de corazón honrado puede poner en duda que nos gobierna un Leviatán que se burla de la Justicia, compra libertades y amenaza con el ventilador, mientras se silencian irregularidades -analícense las páginas de los periódicos, lo que unos cuentan y otros callan-. Un Leviatán que propone adorar a todos los becerros de oro y que nos dice que el dinero sucio o limpio es nuestro Estado, nuestra Patria o nuestra Nación -escoja usted el término que más le guste-, en cuyos puertos de placer hay barcos atracados esperando que acabe la diversión, mientras hay gente a la que le arde los sesos en guaridas de miseria. Es hora de que nos expliquen las causas por las que se ha podido conculcar la ética y la moral y por qué se está chantajeando a la sociedad de una manera tan vil; que se nos aclare por qué se han politizado tantas instituciones, frecuentemente usadas para promoción personal, y por qué hay caras tan tristes en el mundo de la economía, cuando se alardea de beneficios, de superejercicios, con repartos de dividendos nada baladíes. Y, ya puestos, que se nos diga en qué quedó aquello de un mundo más solidario y menos mentiroso. ¿Es que ha llegado el «ahora-me-toca-a-mí»?

A una gran mayoría nos gustaría que nos tocara la lotería todas las semanas; pero la del bombo, no la otra: la que le ha sonreído ocho veces en seis meses a un procesado por el asunto marbellí, según ha tenido la desfachatez de decir ante la Justicia. La Feria no se vive lo mismo a caballo que a pie, en la caseta de lujo que en la que se bebe toda clase de pirriaque. Es el momento de que se liquide toda esta subcultura o infracultura que habla de caverna y tiempos cuaternarios.

Un nuevo Leviatán acompañado de mercenarios nos dice que podemos amasar fortunas en una sociedad de grandes diferencias, como es la nuestra, que en parte vive hipotecada hasta los huesos, humillada en sus anhelos o resguardada en tugurios con cubiertas de chapa conseguidas en los desechos de una democracia como dictadura económica. Sólo nos puede librar de él la Justicia, que debe llamar la atención a la Política, exigirle coherencia y actuaciones acordes con sus fines más solidarios, que no sean causa de sonrojo a una sociedad falta de amaneceres de ‘verdad’ y sobrada de ocasos de oropeles, exhibiciones y teatro, de páginas y tribunas de autobombo y vanidad. Una Justicia que obligue desde el primero al último a someterse a las leyes, que vigile la ventanilla de Hacienda, y que impida tantos abusos, extorsiones y corrupción. En vuestras manos está gran parte de esta batalla, señores políticos y jueces.

Gustave Doré, en su grabado de 1865, representa a Dios destruyendo a Leviatán, un monstruo marino. Soñamos con Isaías que en un día no muy lejano se castigue con espada grande y de gran alcance a Leviatán: el demonio de nuestro tiempo, que pretende convertir en ‘estado natural’ lo que pertenece a la caverna, al caos, al tiempo en el que, en palabras de Hobbes, «la vida del hombre era solitaria, pobre, malévola, bruta y corta».

Vivimos situaciones como si la ley no se pronunciase y hubiese un espacio de libertinaje para conculcarla a placer, y así vamos de sorpresa en sorpresa, de abuso en abuso, de detención en detención, de asombro en asombro. Gran parte de la sociedad vive encandilada con representaciones que ni le van ni le vienen, y sin embargo descuida su interior que sufre el vacío más sombrío, teniendo patios y plazas de su ciudad más íntima que cuidar y perfumar. Ha regresado el becerro de oro. Es atractivo el señuelo de la sonrisa de Leviatán, del señor de la corrupción, cuyo aliento nos recuerda que estamos necesitados de «pabellones para abrigar al honrado».

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