¿HA DESPERTADO LA RAMA?

¿HA DESPERTADO LA RAMA?

José García Román

El descontento ha venido, y por lo visto, nadie sabe cómo ha sido –con permiso de Antonio Machado–. ¿Ha despertado la rama? Aquella, que ufana levantó adoquines de las conciencias, disfruta de un bienestar impropio de lo que manifestaba. Aquel 68 es hoy sarcasmo. Aquel necio “prohibido prohibir” provoca sonrojo. Se avanza y se retrocede.

En 1985, el presidente del Gobierno intentó cambiar las academias. La Mesa del Instituto de España, presidida por Chueca Goitia, se cerró en banda y avisó de dimisiones. Se salvó el espíritu de las corporaciones que deben quedar al margen de la política y tener el pensamiento puesto en el humanismo. Habían comenzado a dar la cara los tentáculos de un poder ebrio que iniciaba el desembarco en instituciones financieras, ocultando el contenido de las nóminas como gesto de transparencia. No se libró Montesquieu, quien fue dinamitado en el cimiento de sus principios. Se instaló la partitocracia, hoy infelizmente (no para todos) reinante. ¿La democracia como fin o como medio? El poder bien valía aquella traición, y las que han venido después.

Hay uniones que separan, y separaciones que unen. La división de poderes –que incomodaba a aquel ejecutivo y que animó la Constitución Española de 1978–, base del Estado de Derecho, fue fulminada por el gobierno de González y asumida por el de Aznar. Gran parte del desprestigio del poder judicial se debe a tan temeraria decisión, pues la democracia debe cuidar que los ojos de la “señora” estén defendidos de cualquier luz intrusa que desee adentrarse en la cámara oscura de su virtud. La balanza ha de estar revisada al milímetro, y la espada dispuesta a que nadie goce de excepciones. Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial ya no se vigilan. Se aplauden y hasta se condecoran.

La Ilustración pretendía dar luz a los problemas sociales y políticos. Pero aquel deseo tan noble pronto se contaminó. Por eso hoy la necesidad de revisar conceptos, con el planteamiento de una sólida teoría de las “luces” que tienen como centro el hombre erguido gracias a la fuerza de los grandes valores, sedados en nuestros días.

El hombre-enciclopedia, que se pavonea del cúmulo de conocimientos que posee, no es un humanista. La meta es otra: servir al saber; y éste no deslumbra, sino alumbra. E implica autocrítica, primero, y ausencia de inteligencia fanática, después. Porque lo grave no es que en cada esquina se diga que los burros vuelan, sino que miremos al cielo motivados por el poder, que, como decía Montesquieu, incita al abuso, a la extralimitación, por lo que es imprescindible que “el poder detenga al poder”. Y éste no es de los políticos, sino del pueblo, que lo delega. Un pueblo supuestamente maduro, que exige ser tratado como es considerado en la Constitución. Reto que debe plantearse quien se acerca a la política y mora en la casa donde gobiernan las leyes del ‘espíritu’ y “El espíritu de las leyes”. Sin olvidar el aviso que nos da: “Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella”.

Acabamos deseando la compañía del dinero. El ser humano quiere estar arriba y no abajo. Anhela que le limpien los zapatos y es capaz de atropellar con tal de sentirse superior aunque su estatura moral sea muy pequeña. Ansía abandonar la calle, espera medallas, subvenciones, un mágico toque de dedo; entrar en el club de la nueva clase social, disponer de una tribuna para decir palabras presuntuosas.

Han muerto algunos amigos. No lo eran. Que vivan y disfruten en paz. Han preferido sus entrañables intereses. Ya lo decía Shakespeare: “El que sirve por la paga / y sigue por la apariencia, / en cuanto llueve, se marcha / y te deja en la tormenta”. Tormenta que nos aconseja que estemos atentos a las nubes que cada día se interponen entre el sol y nosotros.

Hoy demasiadas palabras no sirven de ánimo ni son motivo de esperanza. Un cansancio vital grita contra abusos e indignidades. Los que optaron por unos principios, los que pretenden ser ejemplo de frutos solidarios que nos expliquen qué ha ocurrido, pues los torpes y débiles necesitamos el estímulo de su ejemplo.

Es momento de preparar con todos los honores la vuelta de Montesquieu y recuperar la dignidad que conducirá al progreso en un Estado de Derecho que sólo mida la estatura moral. Es decir: crecer en valores no en dinero; engrandecerse no enriquecerse. Ese es el progreso que nos hemos cargado cuyo espíritu ha sido masacrado por supuestos portavoces progresistas –preparados para hacer mutis por el foro, mientras profieren “que me quiten lo bailado”– con acciones enmascaradas, apostando por el poder, el dinero y la fuerza bruta, triunvirato que, mientras desechaba “el agrio esfuerzo de pensar” –como dijera Schiller–, ha ido ensombreciendo el horizonte de nuestros días en un mar de libertades, hoy lleno de acantilados contra los que se estrella la justicia y la libertad.

El mal está hecho, la memoria no la borrará nadie, como las huellas indecorosas que dejemos en la despedida, cuando el estómago se convierta en ceniza. Esperemos que despierte la rama del sueño de la ignorancia, que fructifiquen los almendros.

Diario IDEAL, 28 de mayo de 2011

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