Demócratas

Publicado en Ideal el 01/02/2007.

Remedios Murillo. Mujeres por Granada.

¿Son los políticos la nueva aristocracia?, está claro que no, pero lo malo es que ellos, a veces, lo creen y corren el peligro de olvidar que están ejerciendo un poder que le hemos otorgado el pueblo con nuestros votos y del que están obligados a rendirnos cuentas. Cuando un político, lleno de soberbia, cierra puertas y oídos, osa hacer desplantes a ese pueblo al que representa, cuando no es capaz de escuchar serena y educadamente las inquietudes de los ciudadanos, es que ha perdido su calidad de demócrata y sus delirios le llevan a imaginarse que habita en el Olimpo de los dioses del que solo se dignará bajar hasta la tierra a la hora de pedirnos el voto. ¿Qué triste concepto de lo que es una verdadera democracia y como se merecerían, si hubiera mejores panoramas, ser marginados por la fuerza del sufragio de esos mismos ciudadanos a los que intentan, ineducadamente, humillar!

Con el tiempo y el uso todo se desluce, se contamina. La democracia no iba a ser una excepción y, a lo largo de su última andadura en nuestro país, se muestra ajada, no por sus años (poco más de treinta), sino por los muchos avatares, vivencias, y corrupciones que han oscurecido su resplandor, le han hecho perder brillantez y la han usado como pretexto para justificar actitudes que no siempre responden al concepto que la etimología de la palabra define, como expresión de la voluntad del pueblo.

Recordando la historia antigua, asistimos a una evolución política, en cierto modo lógica y natural. Las comunidades comienzan a organizarse y a experimentar la necesidad de la vida en común y el beneficio que les reporta esta nueva manera de enfocar la existencia. Surge entonces una forma de gobierno que es la Aristocracia, «gobierno de los mejores», en la que hay una prevalencia de la clase social más elevada, ya sea por buena cuna (eupátridas), conocimientos militares o riquezas; tiempos de tiniebla para las clases más modestas. Pero, por fortuna, la inteligencia humana no es patrimonio exclusivo de clases sociales privilegiadas, el pueblo sabio va descubriendo la manera de influir en sus comunidades, de ser protagonista de su destino y se agrupa, se fortalece y comienza a aparecer este poder verdaderamente democrático que brota de la voluntad de unos individuos pensantes que exigen y negocian sus propios intereses. Es un proceso cargado de inteligencia, liderado, comúnmente, por algún ‘demagogo’ que, sin las connotaciones peyorativas con que ahora adornamos la palabra, sino por su valía y prestigio, tiraba e impulsaba a sus conciudadanos para hacer valer sus derechos y deberes.

Preciosa historia, con un largo camino recorrido la que nos ha llevado a las actuales democracias que no siempre han coincidido en su articulación social y, en las que ahora, se detectan graves desviaciones de uso que deberían de irse corrigiendo antes de que las conviertan en un modo periclitado de poder que nos retrotraiga a aquel amanecer de la historia.

La época contemporánea ha convertido a los partidos en instrumentos esenciales para la acción política, pero han debilitado la fuerza individual de los candidatos y de los carismas personales de cada uno de ellos. Se husmea el peligro de que los propios partidos se invistan a sí mismos de ‘aristocracia’ e ignoren de nuevo al pueblo por el que han sido aupados a un poder justo y legítimo, pero asentado firmemente sobre los pilares del respeto y la escucha. Las listas cerradas nos fuerzan a votar de forma global un equipo, con el que, difícilmente, coincidirán nuestras preferencias y nos impiden, a su vez, prescindir del individuo concreto que no responda a las expectativas que en él habíamos depositado. Por el contrario, es el potente aparato del partido quien decide una lista monolítica que tomas o dejas en su totalidad, con el agravante de que ni siquiera, a la hora de confeccionarlas, son consultadas las bases de sus afiliados y la elección es, por tanto, poco democrática desde su inicio.

Candidatos independientes, listas abiertas, fin del pensamiento único, referendos ciudadanos sobre temas puntuales, financiación transparente de los partidos, no sé, no tengo la solución de los problemas de nuestra democracia, no pertenezco a ningún partido y desconozco muchos de sus recovecos, pero, estoy convencida de que el camino que han emprendido muchos de nuestros políticos es erróneo, engañoso y falto de respeto para unos ciudadanos que tienen en sus manos la fuerza de los votos y a los que, con más frecuencia de la que sería de desear, no solo no se les escucha, sino que, en un acto de osadía suicida, se les calla.

Estos ‘nuevos aristócratas’ también tienen su ‘Sanmartín’ y con la llegada de las elecciones se vuelven frágiles y desvalidos. Bajan condescendientes del paraíso para repartir abrazos, besos y elogios entre ese pueblo, que con su dictamen les asegurará otros cuatro años de poder. Y mientras los ciudadanos, a los que quieren hacer comulgar con ruedas de molino, callan, meditan, y en un ejercicio de responsabilidad, nunca suficientemente valorado, emiten un voto desilusionado, con la esperanza puesta en que un día, esa preciosa y manoseada palabra, Democracia, levante el vuelo hacia horizontes más auténticos y más limpios y llegue a manos de personas con conciencia clara de a quien tienen que rendir sus cuentas cada día. No, cada cuatro años.

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