Entre el variado Patrimonio Histórico con el que cuentan nuestras ciudades
monumentales, muchas veces ignorado, está el de la ubicación de
determinados servicios públicos y elementos funcionales que asisten a la
vieja ciudad y que facilitan de este modo el cómodo acceso de los
ciudadanos al disfrute de sus bienes culturales más significativos. Hoy
sabemos que la Revolución Industrial y los movimientos de población que
genera, inciden de forma sustancial sobre la estructura urbana vigente hasta
la mitad del siglo XIX. Tuvo lugar a lo largo de este lento proceso el
desplazamiento de la población hacia la periferia de las ciudades, y ello
trajo como consecuencia una dilatación o ensanche de la vida ciudadana
que alcanzaba nuevos horizontes no solo físicos o territoriales. Por otra
parte, la aparición de nuevos medios colectivos de transporte motiva la
implantación de nuevas infraestructuras que afectan de manera decisiva al
devenir de la ciudad histórica.
La importancia de estas transformaciones que se van produciendo a
lo largo del tiempo y que aún palpitan en la fértil memoria oral de las
ciudades, da lugar a una paulatina centralización de determinados edificios,
espacios e instalaciones que son proyectados como sede de grandes
servicios públicos, actividades o funciones urbanas.
La mayor complejidad de la vida comercial y administrativa que en
ese tiempo se produce, motiva el que se inserten en las tramas urbanas
tradicionales un conjunto de emblemáticos edificios, generalmente
institucionales y en algún caso privados que, con independencia de sus
valores arquitectónicos, se sitúan en posiciones privilegiadas que
garantizan una fácil comunicación con el resto de la ciudad y ocupan
espacios muy significativos y de gran calidad ambiental. Un caso
especialmente elocuente de este proceso es el de la ubicación de los
servicios ferroviarios y su acceso.
En la segunda mitad del siglo XIX, cuando se produce el desarrollo2
del ferrocarril, sus constructores se encuentran con ciudades compactas y
densificadas. Las estaciones, por ello, se ubican en la periferia pero siempre
buscando una adecuada y directa comunicación con el ágora de la
población. Es habitual que surjan en muchas ciudades españolas de la
época, como ocurre en el caso de Granada, una Gran Vía que busca casi
instintivamente la senda de los raíles o espléndidas arboledas que propician
un largo paseo sombreado camino de la estación.
El posterior crecimiento urbano acabó convirtiendo esas iniciales
ubicaciones periféricas, en zonas de tránsito frecuente y plenamente
centralizadas. Esta centralización del ferrocarril se ha convertido, por
tanto, en un patrimonio urbano de gran importancia al que ninguna ciudad
europea bien gobernada quiere renunciar. Por eso, en las decisiones de
planificación urbanística más afortunadas, se ha intentado salvaguardar y
potenciar esta riqueza colectiva que facilita la movilidad de los ciudadanos,
favorece la circulación viaria y se convierte en un elemento simbólico de la
modernidad que no debemos perder.
No pueden descartarse, además, las posibilidades de integración
arquitectónica de los viejos edificios ferroviarios en las nuevas estaciones o
accesos y su aprovechamiento para diversos fines de manera rentable y
siempre respetuosa con su verdadero valor. Nunca debemos olvidar que al
establecer una valoración adecuada de ese importantísimo Patrimonio
Histórico, la posición de centralidad que ocupan las viejas estaciones
decimonónicas es uno de los factores decisivos que completan una
venturosa suma de intereses sociales.
Lamentablemente, son muchos los peligros que acechan a esta
riqueza monumental. No puede ocultarse que el Patrimonio Inmueble
ferroviario, muchas veces consistente en amplios espacios no edificados en
zonas de intensa densidad, precisamente por esa centralidad a la que nos
referimos, genera no pocas tensiones urbanísticas. La razón es obvia:
Pretender su intenso aprovechamiento material a corto plazo. Para ello se
procura una inmediata urbanización que se justifica como fórmula de
financiación de la modernización del sistema de comunicaciones.
Un caso muy preocupante es el de la Estación de Andaluces de la
ciudad de Granada. No sólo cuenta con una ubicación verdaderamente
privilegiada que la hace muy sensible, por la importancia del espacio que
ocupa, a este tipo de presiones. Constituye, además, el último vestigio del
gran mirador lineal desde La Vega hacia la colina roja que en su día, antes
de su muy desafortunada colmatación, constituyó el Camino de Ronda.
Esta Real Academia de Bellas Artes, a la vista de las noticias
últimamente aparecidas –de manera un tanto apresurada– en los medios de
comunicación locales, considera su deber llamar la atención sobre el grave
perjuicio que supondría para nuestro Patrimonio Histórico el traslado de la
actual Estación de Andaluces hasta posiciones muy alejadas de la ciudad.3
Hablamos de una decisión de dudosa funcionalidad y de incidencia
económica negativa para la mayoría de usuarios. Por si fuera poco, se
ubicaría la nueva estación en un edificio protegido de enorme interés
arquitectónico y magnífico exponente de la llamada arqueología industrial,
tan escasa en Andalucía, de forma que podría quedar completamente
desvirtuado con el cambio de uso, todo ello con independencia del daño
irreparable que tendría lugar para el disfrute del delicado paisaje de La
Vega y para una correcta percepción de la ciudad.
La Academia recuerda que el panorama monumental de Granada
podría ser en gran medida recuperado con una intervención respetuosa con
los valores que han sido previamente descritos. La ciudad histórica y
monumental considera conveniente ofrecer al viajero un exponente o
muestra de su valor, comprendiendo el paisaje que la circunda y la
transcendencia que guarda el camino que nos conduce hasta ella.
Como se ha señalado en el amplio debate suscitado en el último
Pleno académico, celebrado el pasado 1 de marzo, la sociedad debería ser
muy cauta en la aceptación de estas sorpresivas propuestas ya que pueden
suponer, al margen de una inicial ventaja que –a modo de señuelo– nos
ofrecen, la pérdida irreparable de una serie de valores sociales que aseguran
mejor nuestro futuro y que han sido acuñados por el buen juicio y mejor
criterio de todos los granadinos que han entendido bien la alianza que
deben trazar con la ciudad en la que conviven.
Dado en Granada, PALACIO DE LA MADRAZA, a siete de marzo de 2012
El Pleno de la Academia de Bellas Artes de Granada
Puedes encontrar el original aquí