A EDUARDO CARRETERO, “MAESTRO ESCULTOR”

A EDUARDO CARRETERO, “MAESTRO ESCULTOR”

Por Manuel E. Orozco Redondo* Publicado en IDEAL el día 18 de mayo de 2004.

Para mi padre hoy sería uno de los días más esperados, deseados y buscados; es uno de esos días por los que le hubiera gustado vivir un poco más para estar con nosotros y con su amigo Eduardo Carretero. La Academia va a dar constancia de la reputación de un artista granadino, de un escultor. La escultura es el arte más representativo de los griegos, por el cual glorificaban a sus dioses, a sus atletas y a sus bellas mujeres, que nos han llegado a nosotros como diosas de piedra, pero que, por la mano del escultor, se convertían en delicadas formas femeninas y que con sus vestidos transparentes, dejan apreciar sus bellos cuerpos desnudos por los que se convierten en la más alta expresión del humanismo griego. Con la escultura los griegos convirtieron a los hombres en dioses y a sus mujeres en diosas. No pocas veces he visto a mi padre contemplar la estatuaria griega del Partenón y admirar a las bellas Cloto, Laquesis y Atropos en unión de Ares, Persefone, Dionysios, Apolo. Mi padre era un helenista y admiraba a los escultores y artistas atraídos por el pathos agitado; sobre todo, le interesaba, como médico psiquiatra, el sentimiento melancólico, casi trágico de la vida del hombre y que tan bien nos expresa la escultura helenística que llega a retorcerse de dolor, de tristeza, de miedo, de angustia y de pasión ante los tiempos de crisis que el hombre griego y su civilización estaban sufriendo por el empuje de los nuevas culturas y ante la decadencia del hedonismo y del diletantismo que va matando poco a poco a las culturas y con ésta al hombre, al creador, pero sobre todo al artista, al comunicador de la esencia humana, de su cultura y de sus anhelos.

Desde la idea ganivietiana de hacer de Granada una nueva Atenas, en la que las artes y los artistas de esta ciudad fueran guía y punto de mira de un renacer cultural granadino, mi padre no ha parado de alentar, de cuidar y de proteger a sus amigos los artistas y que no son pocos. Mi padre admiró a su hermano Emilio como ser humano, como investigador y como pintor, admiró y quiso mucho a Manolo Maldonado –con el que discutió siempre-, a Perceval, a Marino Antequera, a Manuel Ángel Ortiz (el casi paralelo pintor a Eduardo Carretero en la escultura), a Gabriel Morcillo, Rafael Revelles, a Antonio Moscoso, José Manuel Darro, Luis González, Hernández Quero, Antonio Cano, Antonio Aróstegui, a Antonio Martínez Olalla, a López Burgos, a Juan Antonio Corredor, Andrés Segovia, a José García Román, a Juan Alfonso García, a  Rafael Alberti, a Juan de Loxa, Antonina Rodrigo y otros que se me escapan; pero su artista más cercano, puesto que compartieron muchos veranos en Fuengirola y luego con escapadas a Chichón, fue Eduardico, como él lo llamaba siempre por la confianza de haber hurgado, como médico, en sus tripas. Hoy la Real Academia de Bellas Artes Ntra. Sra. de las Angustias concede a Eduardo Carretero, su amigo del alma y compañero de tantas jornadas de chachara en Fuengirola, en Chichón o en Granada, la medalla de la Academia. Es un justo premio a una vida de artista y a un granadino que ha vivido, por razones de familia y de proximidad, con la tragedia de los García Lorca, fuera de Granada, que, como avergonzada, ha permanecido impasible ante este alejamiento tan prolongado. Yo conocí a Eduardo Carretero cuando era un niño en Fuegirola, un pueblecito encantador al borde del mar en donde mi padre y mi madre conformaron un núcleo de amigos con los que tuve la dicha de ver actuar, a unos como literatos (Francisco García Lorca, José Luis Cano, López Burgos, Manuel Banús, etc.), a otros como cantaores como José Meneses. Aún recuerdo aquellas tardes-noches de verano, en el pequeño jardín de la casa de Isabelita y Eduardo, en la que la voz poderosa y rajada de este cantaor se abría paso entre las buganvillas y los jazmines. La primera vez que recuerdo a Eduardo y a Isabelita fue cuando en una mañana paró su coche frente a nuestra casa en Fuengirola, en la calle Margarita. De un citroën dos caballos, con matricula francesa, se bajó un hombre ampuloso, barbudo y amigable; era Eduardico. A mi padre se le iluminó la cara cuando lo vio llegar. Era una venida anunciada, puesto que era uno de sus amigos elegidos para que se fuera a veranear cerca de nuestra casa. Desde entonces su presencia era esperada, deseada y buscada cada verano; estar con ellos era algo familiar y estar en la normalidad, como estar completo sin que faltara nadie. En no pocas ocasiones nos íbamos a la playa con él e Isabelita o estábamos en la playa cuando ellos llegaban. Recuerdo sus bajadas a la playa con su mujer. Eran distintas y atrevidas. Nadie o casi nadie metía el coche tan cerca de la orilla por miedo a quedar embarrancado en la arena. Él no se arredraba y con su coche se acercaba a la misma zona del agua. Se bajaba y delicadamente acomodaba la zona de baño con las cosas necesarias; luego se volvía al coche y sacaba a Isabelita, como si no pesara nada, y la introducía en el mar en donde libre de la gravedad se movía con agilidad en el agua mientras sus dos largas trenzas de pelo negro azabache se movían al compás de las olas. Yo la recuerdo en muchos momentos: con la guitarra, cantando, acompañando a Meneses o sentada en el porche con sus costuras o partiendo piedrecitas de mármol, con las que hacía sus mosaicos de paisajes, al lado de su madre, hablando, mientras Eduardo iba de un lado para otro en permanente actividad.

Eduardo Carretero pasaba los veranos en la playa creando, convirtiendo el barro y la piedra en formas, en personajes de su entorno. Mis hermanas, sus amigos, mis padres fueron sus modelos. Nosotros veíamos con ojos de asombro cómo aquel hombre de torso desnudo, como un hércules, convertía la materia bruta en recuerdos, en instantes de vida, que nunca volverán, pero que conformaron nuestras vidas. Su sabiduría técnica y su capacidad para dar forma, con la ayuda de la materia y de su buen hacer, a sus ideas que van a convertir la piedra, el barro y el bronce en creaciones poéticas e individuales desde los más diversos estilos que parten de la tradición clásica para aventurarse por el postcubismo, el surrealismo, el expresionismo o el organicismo, con los que se adentra en la modernidad y en las vanguardias estéticas a donde llega por su pasión por la investigación, por las texturas, las formas y sus posibilidades y todo a través de su intenso amor al mundo y al arte.

En recuerdo de mi padre felicito a la Academia y a este ilustre granadino en este día de reconocimiento y gloria. Gracias a hombres como Eduardo Carretero y a sus creaciones se hace posible que nuestros espacios se embellezcan y nuestras vidas cobren nuevas dimensiones de refinamiento y que nuestras existencias cobren algún sentido.

 

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